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VI DOMINGO DE PASCUA

5 de mayo de 2024

«Como el Padre me ama, así los amo yo» (Jn 15, 9-17)

El amor y la felicidad son dos cosas que estoy seguro la mayoría de nosotros hemos experimentado, y aunque las hemos conceptualizado en dos palabras distintas son de esas experiencias que difícilmente podemos explicar con nuestro lenguaje limitado con suficiencia, por ello recurrimos al lenguaje analógico para poder expresarnos, usamos las metáforas para poder al menos decir algo a cerca de ellos: el amor es como sentir mariposas en el estómago, la felicidad es como un torrente de agua que explota en nuestro interior y se desborda. Pero ¿Quién puede decir claramente lo que es el amor y la felicidad?

La respuesta que nos ofrece la Palabra de Dios en este domingo es clara: aquel que es el origen del amor y la felicidad es quien nos puede explicar que es el amor y la felicidad; la misma experiencia de la Pascua que estamos celebrando es la manifestación más grande de ello: el amor que vence a la muerte y nos abre la puerta que nos introduce en la felicidad de la vida eterna. Jesús resucitado es la imagen del hombre que amando hasta el extremo ha alcanzado la felicidad perfecta y eterna.

 

El Evangelio que hemos escuchado se enmarca en los discursos de despedida de Jesús durante la cena antes de su entrega; estos discursos son como un testamento espiritual del Señor para sus discípulos, en los que les entrega sus ultimas órdenes y recomendaciones para mantenerlos en el camino en el que los ha iniciado, con la promesa de la presencia nueva del Espíritu Santo; Jesús insistirá ante todo en el tema del amor, que los debe mantener unidos y que será la fuerza que atraiga a otros a seguir al maestro, y para ello les comunica el método para amar a su manera: dejarse amar por Dios para amarlo en consecuencia, permanecer en ese amor cumpliendo sus mandamientos, y amar finalmente sin medida y a todos sin distinguir personas; en consecuencia quien vive de esta manera será feliz a la manera de Jesús.

 

Entremos pues en la intimidad del cenáculo, y meditando las palabras del maestro dejemos que nos enseñe a amar. 

 

1. «El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero» (1Jn 4, 7-10)

San Juan, en la primera lectura que hemos escuchado, nos da la clave de interpretación para comprender las palabras del Evangelio: el amor de Dios es la fuente de todo amor. Por ello, Jesús usa la referencia al amor que Dios siente por Él para expresar la medida del amor que siente por sus discípulos; para Jesús, el amor del Padre es único, y su experiencia de sentirse amado es lo que lo motiva a amar, no más, no menos, siempre en la medida del amor; y así, Jesús no se siente ni víctima propiciatoria, ni esclavo, ni siervo; se sabe Hijo, no sólo es un sentir, es una experiencia profunda que lo lleva a lanzarse a la vida enfrentando y transformando todo en la medida del amor; esta experiencia le lleva también a considerar de forma nueva la manera en que ama a los que le rodean, por ello ya no los percibe como extraños, como discípulos y siervos, sino como auténticos hermanos y amigos. 

 

En consecuencia, como nos lo dice Juan, el cristiano debe asumir en su vida la misma experiencia, si se siente profundamente amado por Dios reformulará la manera en se relaciona con Él, ya no como dueño y señor (que lo es), sino ante todo como Padre, no como juez justiciero y vengador, sino como amante compasivo y misericordioso; y de la misma forma, se transforman las relaciones con los demás, pues se convertirán ante todo en hermanos a quienes se acepta y se ama. La sentencia final de Juan es clara: quien así actúa no es por mérito propio sino porque ha aceptado y conocido el amor de Dios, y quien no actúa de acuerdo a esto es porque no ha conocido a Dios. 

Para el apóstol la mayor prueba de ese amor infinito de Dios está en la vida de su Hijo Jesús que amándonos entregó su vida en la cruz, y dejándose amar por el Padre resucitó de entre los muertos. Con tal prueba no hay más que aceptar el imperativo de Jesús: amarnos los unos a los otros. 

 

2. «Si cumplen mis mandamientos permanecen en mi amor» (Jn 15, 9-17)

 

Hace tiempo conocí un par de ancianitos que vivían solos y cuyo sostenimiento estaba en la crianza de algunas aves de corral; ella, tenía dificultades para moverse derivadas de algunas enfermedades, y la situación de él no era muy diferente; todas las mañanas, ella se dirigía a la cocina a preparar el desayuno, no sin antes pedirle a él que saliera al corral a alimentar a la multitud de gallinas, gallos, pollos y guajolotes hambrientos, actividad que, sea dicho de paso, era muy desagradable para él, y que se negaba a realizar; ella entonces se detenía para hacerle una pregunta a su esposo: “¿me amas?”, “mucho”, respondía él sin tardar, ella continuaba el diálogo “entonces obedéceme por favor”, y él salía hacia el corral sin decir más, mientras ella continuaba su camino con una sonrisa en su rostro. 

Frente a esta escena, mi primera reacción fue la de pensar en que la actitud de ella era la del chantaje, pero cuando pregunté la motivación de aquel diálogo cotidiano comprendí que era una actitud diferente: “ella me enseña todos los días como amarla en las pequeñas acciones cotidianas, y yo le demuestro que, porque la amo, sería capaz de cualquier cosa, hasta de alimentar a los pollos”. 

 

Las palabras de Jesús tienen mucho que ver con la actitud de los protagonistas de esta breve historia, pues frente a expresiones como “si cumplen mis mandamientos permanecen en mi amor” o  “ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” podría surgirnos la pregunta: ¿acaso no el amor es incondicional?

Para ello hay que entender que el cumplimiento de los mandamiento de Dios no es un condicional para recibir su amor, sino una consecuencia. Jesús no es amado por Dios porque cumpla su voluntad, sino porque es amado, realiza la obra del Padre; de la misma manera pasa con los discípulos: porque Jesús los ama son sus amigos y en consecuencia ellos cumplen su voluntad.

Pareciera que Jesús nos quiere indicar que en la dinámica del amor hay una doble acción; primeramente el cumplir su voluntad nos garantiza permanecer auténticamente en su amor, es decir, nos evitamos el peligro de sustituir lo que significa amar sustituyéndolo por otras actitudes que se vean disfrazadas de amor: el capricho, el egoísmo, la avaricia, la posesión del otro, la cosificación de la persona; en segundo lugar está lo que ya hemos dicho, si lo amamos obedeceremos su voluntad, no movidos por el temor a una represalia sino motivados por ser causa de alegría para Dios. 

 

Y ahí está la consecuencia de amar, es decir la alegría y la felicidad plena, como lo dice el mismo Jesús: les invito a amar para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena. Volviendo a la historia narrada: él atendía a las aves con la alegría que le daba la certeza de que con ello la hacía feliz, y ella era feliz porque de esa manera él le demostraba lo mucho que la amaba. De la misma manera, Jesús demostró el inmenso amor que siente por sus discípulos entregando la vida por ellos en la cruz: nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. 

 

3. «Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica su voluntad» (Hch 10, 25-26.34-35.44-48)

 

Frente al amor hay una ultima cuestión, la tentación de amar solo a quienes nos aman. Sin embargo, como nos demuestran las tres lecturas de este día, se comienza a amar de forma incondicional: Dios nos ama, no porque nosotros lo hayamos amado primero o porque fuésemos justos, simplemente nos ama porque Él es amor; Jesús ama a sus discípulos no porque ellos sean perfectos o fieles (el contexto del discurso de despedida está puesto en la traición que sufrirá de parte de ellos) sino porque Él les predicó la Palabra y ella permanece en ellos; el Espíritu Santo se derrama sobre Cornelio y su familia por libre voluntad de Dios que conoce la sinceridad de los corazones que se abren a aceptarlo. 

Dios no hace distinción de personas en cuanto a posición social, procedencia étnica o todas las demás clasificaciones que los seres humanos hacemos de las personas, para Él solo importa la sinceridad de corazón con que se acepta su amor y se dispone a cumplir su voluntad, es decir a practicar la misericordia y la justicia. 

 

Si Dios no hace distinción para amar ¿Qué actitud deberíamos asumir nosotros al amar? Cierto es que es más fácil amar a quienes nos aman, a quienes son parte de nuestro circulo afectivo, a quienes no son afines, pero ¿Qué tiene esto de mérito? 

 

Hoy deberíamos reconsiderar nuestras motivaciones para amar, porque de ellas dependerá la manera en que expresamos nuestro amor, la manera en que vivimos, las personas con quienes nos relacionamos, y también la manera en que nos relacionamos con Dios, y sobre todo la medida en que hemos alcanzado la felicidad, pues solo quien ama como Dios puede obtener la autentica felicidad. 

 

El resto de la reflexión depende de ti.

 

Bendecida semana.

 

Daniel de la Divina Misericordia C.P.

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