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Profesión perpetua de votos 

de los Cohermanos:

Pablo de la Cruz Vera y Julio César Rondón Sánchez

Parroquia del Espíritu Santo y Señor mueve corazones

15 de octubre de 2022

En el marco de las fiestas en honor de San Pablo de la Cruz, fundador de los Misioneros Pasionistas, los Cohs. Pablo de la Cruz Vera y Julio César Rondón Sánchez, emitieron la profesión perpetua de votos en la Congregación de la Pasión de la Pasión de Jesucristo, en manos del P. Víctor Hugo Álvarez Hernández, C.P., Superior Provincial. La celebración se llevó a cabo en la Parroquia del Espíritu Santo y Señor mueve corazones, en la Ciudad de México, ante varios religiosos de la Provincia y un considerable número de fieles. 

HOMILÍA

 

Queridos hermanos, queremos dar gracias a Dios por la vida y la vocación de nuestros hermanos Pablo de la Cristo misericordioso y Julio César de San Pablo de la Cruz, quienes hace algunos años se encontraron con Cristo y se quedaron con Él (cfr. Jn 1,39) y a lo largo de su formación en esta Congregación, han logrado hacer una experiencia de discipulado que los ha traído a este día para dar una respuesta firme y generosa de seguirlo. Sabemos que a lo largo de este camino de discernimiento han tenido que ir renunciando a sus planes personales para ir cimentando un proyecto firme en el proyecto del Reino de Cristo.

 

Unidos a la verdadera vid

 

En la lectura del Evangelio hemos escuchado al Señor Jesús que dice: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Él corta toda rama que no da fruto, y a la que da fruto la poda para que dé más fruto” (Jn 15,1)

La imagen de la verdadera vid que utiliza Jesús da razón de lo que él hace y cómo obra Dios en la vida de la humanidad. Porque en Cristo el trabajo de Dios no es estéril y sólo en él da fruto; por eso nosotros, unidos a él nos volvemos fecundos, dando frutos abundantes y buenos. Ya nos decía el Papa Francisco: “Permanecer en el Señor para encontrar el valor de salir de nosotros mismos, nuestras comodidades, nuestros espacios restringidos y protegidos, para adentrarnos en el mar abierto de las necesidades de los demás y dar amplio respiro a nuestro testimonio cristiano en el mundo. Porque uno de los frutos más maduros que brota de la comunión con Cristo es el compromiso de la caridad al prójimo y amando a los hermanos con abnegación. El dinamismo de la caridad del creyente no nace de solicitudes externas, de instancias sociales o ideológicas, sino del encuentro con Jesús y del permanecer con Jesús” (cfr. Regina Coeli, 29 de abril de 2018).

 

Sin embargo, nos advierte Jesús en el Evangelio que “el que no da fruto es arrancado y quien no permanece en él será echado fuera” (Jn 15,2). Esto es algo que nos implica a todos, porque lo que no da fruto en nosotros es arrancado. Pablo y Julio César, ustedes han sido testigos en su propia vida, en su vocación y vida cristiana, que Dios nos poda quitando y arrancando aquello que nos desgasta, nos agobia y que no da fruto.

 

El viñador poda muchas veces ramas malas y también aquellas que aparentemente se ven buenas; arranca hojas secas, pero también verdes. Esto quiere decir que le dejamos al Señor muchas veces arrancar (egoísmos, intereses, personas, afectos, tiempos, seguridades, etc.) pero que en su infinita sabiduría Él sabe qué hojas tiene que quitar y cuáles hay que dejar.

El viñador sabe descubrir cuando la rama y sus hojas no se están alimentando con la savia; el viñador no espera a que las ramas se sequen para arrancarlas, así el Señor con su Divino Espíritu no hace fecundos, quitando lo que nos es bueno para nosotros. Aunque nos resistamos o pensemos que aquello es valioso para nuestra vocación y nuestra vida, Dios la arranca, aunque nos duela.

 

En nuestra vida religiosa tenemos que pedirle al Padre que, como buen viñador, arranque todo aquello que no da fruto en nuestra vida y suplicarle al Espíritu Santo que nos dé esa savia necesaria para tener vida en Cristo. Confiando que sólo en el podemos sostener nuestra vida y vocación. Apreciados Julio César y Pablo, les pido que se mantengan unidos a quien los llamó y hoy quiere unir más profundamente a través de esta consagración religiosa.

Vida y comunidad Pasionista

Nuestra Congregación Pasionista celebró 300 años de fundación y con ello se nos invitaba a vivir el Jubileo con una profunda renovación de fe que nos lleve a cumplir la voluntad de Dios en todo momento. Una renovación de nuestra misión centrada en el anuncio de la Pasión de Cristo con nuestra vida y apostolado, anunciándola con una alegría apasionada y una esperanza que edifique al mundo. Una renovación que se inspira de nuestra vida en comunidad, como nos lo recuerdan nuestras Constituciones: "San Pablo de la Cruz reunió compañeros que viviesen en común para anunciar el Evangelio de Cristo a los hombres... Quiso que siguieran un estilo de vida a la manera de los apóstoles, y fomentasen un profundo espíritu de oración, de penitencia y de soledad para ser testigos de su amor". (Const. 1). Nuestra vocación como Pasionistas es una llamada a la plenitud del amor cristiano en una comunidad evangélica de vida. (cfr. Const. 25). No es el protagonismo egocentrista ni un activismo exacerbado que busca sus propios objetivos sino los del Reino de Cristo. Nuestra misión y apostolado, nace y se inspira desde la comunidad. Por lo tanto, les invito a que den un valor fundamental a la comunidad como lugar de pertenencia y de vida.

Vida consagrada

 

La vida consagrada es un estilo particular de ser y de vivir juntos, y de la cual, a través de nuestra adhesión a los votos religiosos, nuestra oración, diálogo y discernimiento, fluye nuestro apostolado. Por ello, es importante clarificar lo característico de nuestra vida consagrada.

 

Cuando hablamos de vida consagrada, tenemos que introducirnos en la esfera de lo sagrado: es entregar algo a Dios y dedicarlo a su pertenencia (noción de sacrificio); es dejarse posesionar por Dios (noción de santificación). Donación de sí mismos como sacrificio y culto que alimenta la santidad, es decir, el crecimiento en la caridad. Esta noción de consagración, sacrificio y santidad busca tomar de entre los dones dados por Dios lo que parece mejor y más digno para devolvérselo a Él como homenaje y reconocimiento de su soberanía.

Los israelitas ofrecían, es decir, consagraban a Dios de la abundancia de la tierra y del vino nuevo, “lo mejor de las primicias de la tierra” (cfr. Ex 22, 29-31; 34,26; Nm 15, 1-21; Ez 44,30; Lev 23,17). Pero no sólo eran consagrados los frutos de la tierra o “los primeros nacidos de sus vacas y ovejas”, sino también los primogénitos: “Me darás el primogénito de tus hijos… serán ustedes hombres consagrados a mi servicio” (cfr. Ex 22,29).

 

Consagrar significaba ennoblecer y poner en una situación divina lo que naturalmente era profano. Así, consagrar nunca significa destruir ni aminorar. Es por eso por lo que nuestra consagración se realiza en el bautismo. Si el signo del agua representa el paso de la servidumbre a la liberación (en una evocación del pueblo que encuentra su destino al pasar el Mar Rojo), también significa el paso de la muerte a la vida (actualizando el misterio de la resurrección del Señor), la unción con óleo es un claro testimonio de pasar del mundo puramente profano al mundo divino: somos llamados a ser hijos y herederos de las promesas de Reino. Recibir el bautismo en el nombre de Cristo es ya pertenecer a Él y estar dispuestos a entregarse por entero por su nombre, su persona y su causa. Somos desde entonces pertenencia de Dios.

Nosotros como religiosos, mediante un compromiso público, expresamos nuestra intención y compromiso de vivir con radicalidad nuestra vocación bautismal, así podemos orar con el salmo 39: “Por eso digo: he aquí que vengo, solamente deseo hacer tu voluntad y llevar tu ley en mi corazón”.

Nuestro estilo de vida se enraiza en las tres claves de la existencia (poder, posesión afectividad) y se expresa en lo que conocemos como consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia). La profesión de los votos se trata de mucho más que de un compromiso jurídico o el lucimiento de unas virtudes. Debe ser la expresión de una vivencia interior fundamentada totalmente en el amor. Por eso el religioso muere conscientemente, no sólo al pecado sino a valores humanos positivos. Consagra su capacidad de donación en el amor compartido, su ansia legitima de señorío en la libre programación de su vida y en el uso independiente de los bienes a los que tiene absoluto derecho. Amor compartido, libertad de acción y uso de los bienes de este mundo, son valores y riquezas que el religioso considera como lo mejor de sí y por eso los presenta como ofrenda, que ha separado de su legítimo uso profano para que Dios los consagre.

 

Considero que los votos de la vida consagrada hoy en día son muy difíciles de entender para muchas personas, ya que la obediencia es vivida por millones de funcionarios públicos y privados que deben someterse a unas estructuras jerarquizadas y dictatoriales. La castidad puede ser hasta una salida cómoda frente a las cargas y sinsabores de la vida conyugal y familiar, y la pobreza se ha convertido en una condición universal de vida para muchas personas hoy en día.

 

Nos dice el documento Perfectae Caritatis: "En medio de tanta diversidad de dones, todos los que son llamados por Dios a la práctica de los consejos evangélicos y fielmente los profesan, se consagran de modo particular al Señor, siguiendo a Cristo, quien, virgen y pobre, redimió y santificó a los hombres por su obediencia hasta la muerte de Cruz. Así, impulsados por la caridad que el Espíritu Santo infunde en sus corazones, viven más y más para Cristo y para su Cuerpo, que es la Iglesia. Porque cuánto más fervientemente se unan a Cristo por medio de esta donación de sí mismos, que abarca la vida entera, más exuberante resultará la vida de la Iglesia y más intensamente fecundo su apostolado. (cfr. PC 1)

 

Queridos hermanos Julio César y Pablo, sean religiosos precavidos porque algo es muy cierto que la pobreza ha ido desfigurando su rostro y su sentido a medida que las comunidades religiosas se van llenando de necesidades que hay que cubrir con más comodidades, más tecnologías, servicios auxiliares, más consumo. Tenemos que convertir el voto de pobreza en un compromiso serio de vida más sencilla y solidaria con los necesitados, tal como lo hizo nuestro fundador San Pablo de la Cruz, sensible a la realidad de los mas desfavorecidos. La pobreza los liberará de codicias e injusticias y de una ambición insaciable. 

 

El voto de castidad hay que convertirlo en un compromiso elocuente con la defensa de la belleza, del respeto y de la nobleza en el uso de la obra de Dios. En el camino de nuestra castidad, no olvidemos que lo hacemos por amor a Cristo y a su Reino y que por tanto no podemos confiarnos a nuestras propias fuerzas, sino pidiendo el apoyo del Señor para vivir plenamente nuestros votos, aunque el mundo nos haga sentir que estamos atrasados, fuera de lugar y de tiempo. Porque la castidad amplía el horizonte del amor más allá de los retornos emocionales, perfectamente lícitos, de una familia. La castidad no es mutilación de la afectividad, es una apertura al amor.

 

El voto de obediencia tiene que convertirse en una búsqueda leal y constante de la voluntad de Dios en medio de la maraña de ansias de poder, de dominio y prepotencia. La obediencia libera del capricho y de invertir toda la capacidad de decisión y de trabajo simplemente en uno mismo. Porque el voto de obediencia es el ejercicio más libre de la libertad de un ser humano, por el que se compromete a vivir ajustando constantemente, cada día, su voluntad al querer histórico de Dios.

Apreciados Julio César y Pablo, les pido que no saquen lo fundamental de sus vidas que es Cristo, porque si ustedes lo tienen como su mayor tesoro, les puedo asegurar que ahí encontrarán su alegría, ahí estará el tesoro de su corazón. Así cuando lleguen las decepciones de la vida, de las personas, de los planes y proyectos, seguirá habiendo esa alegría, porque la vida no se fundamenta en eso, sino en Cristo.

Esta experiencia religiosa, es para que ustedes puedan descubrir cuáles son sus prioridades, quien está primero en su vida. A lo largo de su vida verán como amigos llegan y se van, otros que les aprecian y luego los desprecian, otros que los exaltan y luego hablaran mal de ustedes, pero el que permanece firme y fiel, siempre será Cristo.

 

Que nuestra madre Santísima los ilumine. Que ella los cubra con su manto. Que, unidos a ella, encuentren el camino que los conduzca de la mano hacia su Hijo Jesucristo. Que nuestro Santo Padre Pablo de la Cruz, los acompañe en su vocación para que a través de esta escuela de Santidad sean llamados algún día a la presencia de Cristo y escuchen: "Vengan benditos de mi Padre a formar parte de la alegría de su Señor".

P. Víctor Hugo Álvarez Hernández, C.P.

Superior Provincial

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