PEREGRINACIÓN A LA BASÍLICA DE GUADALUPE
16 de diciembre de 2024
Como cada año, el lunes 16 de diciembre, los miembros de la Familia Pasionista en México se dieron cita en la Glorieta de Peralvillo para iniciar su caminata hacia la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Entre abrazos y pláticas se sentía la calidez de todos y la alegría por ver a los hermanos y hermanas religiosas, a los laicos comprometidos y a las personas que se volvieron familia después de una misión. Ver esa sonrisa pasionista en cada rostro, es revivir las experiencias, es palpar la esperanza sembrada en cada corazón.
Poco después de las 8:00 hrs. se inició la caminata. Entre los cantos y el rezo del Rosario se iba viviendo la sinodalidad que nos fortalece como familia y nos llena de esperanza al ir al encuentro de Nuestra Madre. Fue así que cada uno, desde una experiencia particular, sea rezando, cantando, diciendo los vivas, parando el tráfico o portando un estandarte; desde cualquier trinchera, nuestro corazón pasionista latía fuerte. Por fin llegamos al atrio de las Basílica, ¡un descanso al corazón el saber que estábamos cerca para ver a Nuestra Madre!
Después de esperar unos minutos, salieron los sacerdotes a ocupar sus lugares en el presbiterio para dar comienzo a la Eucaristía, misma que fue presidida por el P. Lelis Adonis Villanueva, acompañado por los padres Heriberto y Pedro Méndez. Durante la celebración, el P. Lelis nos invitó a dar gracias a Dios por lo bueno que ha sido con nosotros; y estando en el Tepeyac para encontrarnos con la Virgen, nos exhortó a dejarnos encontrar por ella; que así como encontró a Juan Diego, también nosotros nos dejemos consolar y amar por ella pues, si nos encuentra, nos llevará al corazón de Jesús porque Él es quien nos puede salvar. Con sus palabras nos abría el corazón para recibir la palabra de Dios. En la homilía nos recordó que en la primera lectura se nos invita a no maldecir, sino a bendecir; nos recordó también que existió una muchachita que dió su «sí» a Dios: María. Que, como Ella, estemos dispuestos a decir: «Sí, Señor queremos colaborar con tu proyecto de salvación» y así nos pongamos a disposición de Dios como María para salir al encuentro de nuestros hermanos; que nos convirtamos en la voz de Dios y en la voz del mundo; en esa voz que trae buenas nuevas pues el mundo está cansado de las malas noticias. Los que nos hemos encontrado con Cristo tenemos que llevar la buena nueva, es decir, palabras de aliento, esperanza y consuelo. La muerte y el sufrimiento no tienen la última palabra sobre el creyente sino la vida, la esperanza y la paz. Cada día hemos de esforzarnos como María para escuchar la llamada que Jesús nos hace.
Estas sencillas palabras del P. Lelis nos dan un nuevo impulso para seguir trabajando por y para Dios, y para seguir alimentando nuestra alma con su palabra para poder estar más cerca de Él. Fue una celebración sencilla, tradicional pero no pasajera, que a muchos nos marcó el corazón.
Al concluir la celebración, nos esperaba el equipo organizador en la plaza Mariana. Estando la mayoría, el mariachi se arrancó con el canto de la Guadalupana; era obvio que, como buenos mexicanos, les ayudaríamos a cantar; siguieron las mañanitas y, mientras unos seguían cantando, otros ya estaban formados para recibir el lunch y el aguinaldo. Todo lo entregado por cada una de las comunidades religiosas y laicos fue repartido entre los asistentes; no importó si tocaba torta o paste, lo importante fue recibir ese apapacho de parte de los hermanos.
Después de unas horas, nos fuimos despidiendo para volver a nuestros destinos, con la esperanza de encontrarnos nuevamente en diciembre del próximo año para caminar juntos al encuentro con María.
¡Gracias Familia Pasionista!
Pati Sánchez, misionera laica pasionista
HOMILÍA
Una breve reflexión sobre la primera lectura y el Evangelio. En la primera lectura, del libro de los Números, hemos escuchado que hay un profeta, Balaam, que fue contratado por el rey de Moab, no para bendecir al pueblo de Dios sino para maldecirlo. Sin embargo, en el momento en que Balaam ve al pueblo de Israel en las tiendas no lo maldice sino que, cambia la maldición por una bendición, y hace una profecía: De ese pueblo que está en las tiendas va a salir el Salvador del mundo; de ese pueblo que viene caminando buscando la tierra prometida va a salir el Salvador del mundo. Sus palabras se convierten en una luz para el pueblo de Israel; es decir, le llena de esperanza. Ante tantas dificultades que el pueblo ha estado viviendo, ante tanto sufrimiento, Balaam anuncia una Buena Nueva que llena de esperanza al pueblo de Israel. A lo largo de la historia, Dios ha llamado a creyentes y no creyentes, a paganos y no paganos, para que le sirvan, pero muchos de ellos, le han fallado. Sin embargo, Dios encontró a una muchachita de Nazaret llamada María. Esta muchacha no le falló, le dio un sí para siempre, un sí para formar parte del proyecto de salvación de Dios; se desprendió de sí misma para llenarse sólo de Dios. A la llamada que Dios le hace, ella le responde con amor: se sintió amada, se sintió acogida, se sintió elegida por Dios y no pudo responder de otra manera que amando a Dios. Y a Dios sólo se le demuestra que se le ama sirviendo a los hermanos, sirviendo a aquellos que más nos necesitan. Por eso ella, llena de la gracia de Dios, se puso en camino hacia las montañas de Judea para servir a dos ancianos, a Zacarías e Isabel. ¡Los sirvió!
Queridos hermanos y hermanas, que también hoy Dios nos llame. Y que como María estemos dispuestos a decirle: sí, Señor, queremos colaborar en tu proyecto de salvación. Y como María también pongámonos a disposición de Dios; no nos quedemos atrofiados ni sentados; que nos pongamos de pie y nos levantemos de la silla de ruedas para salir al encuentro de los hermanos. Porque Dios nos ha encontrado, no sólo para que estemos con él, sino para que, a través de Él, podamos ir al encuentro de sus hijos. Que ustedes y yo nos convirtamos como María en la voz de Dios en este mundo, en la voz de Dios que trae buenas nuevas. Nuestro mundo está cansado de tantas malas nuevas a diario; ojalá que nosotros los creyentes, los hombres y mujeres de fe, los que nos hemos encontrado con Cristo, podamos llevar una buena nueva a nuestros hermanos y hermanas: palabras de aliento, palabras de consuelo, palabras de esperanza; que la muerte y el sufrimiento no tienen la última palabra sobre el creyente sino la vida, la esperanza y la paz. Que cada día nos esforcemos como María para que respondamos a la llamada que Dios nos hace.
María, la Virgen de Guadalupe, tejió en su vientre al Salvador del mundo. Y no sólo se convierte en Madre de ese niño que lleva en su vientre, sino que también se convierte en Madre de cada uno de nosotros, los mexicanos; se convierte en Madre de cada uno de nosotros, a quien escoge y nos ama. Así como ella escogió al indio san Juan Diego, nos sigue eligiendo y escogiendo a nosotros. Es decir, ella sale al encuentro de nosotros, no para llevarnos a cualquier sitio sino para conducirnos al regazo, al corazón de Jesús porque en Él encontramos la salvación. Una Madre nunca da por perdidos a sus hijos. En una tejedora, una madre usa todos los hilos para hacer un bello mantel o un bello vestido. Una madre usa todos los hijos para tenerlos en torno de ella, y tiene un deseo: que esos hijos suyos estén unidos entre sí. Ojalá que nosotros no dividamos, que seamos instrumentos de unidad; que esta Iglesia sea como la virgen, capaz de unir. Una Iglesia que ama, que sale al encuentro de los hermanos, en salida, en sinodalidad, que va al encuentro tomando de la mano a sus hermanos para hacer posible un mundo nuevo, para hacer posible el Reino de Dios en este mundo y que el antireino no nos robe el corazón ni nos seduzca. Primero Dios, que nos seduzca siempre el Señor.
Estamos en este tiempo de adviento, tercera semana del tiempo de adviento, le invito a usted a que invite a la Virgen a que vaya a preparar su adviento en su vida; no le tenga miedo. Recuerde, la Virgen María preparó el nacimiento del Señor en un lugar no tan higiénico, no en una clínica carísima sino en un rancho, en un establo, en un corral, donde probablemente había suciedad, había polvo, había humedad, había alfalfa seca, pero ella allí preparó un sitio para dar a luz al salvador del mundo. Digámosle a la Virgen que venga a preparar el sitio donde debe nacer el Señor, es decir, nuestra vida. Puede ser que nuestra vida esté herida, llena de pecado, con soledades, tristezas, dolores o resentimientos; puede que no hayamos perdonado o no hayamos dado el perdón, pero no tengan miedo; es probable que le digamos: «Señor, a esta mi vida no vengas a nacer porque no me siento limpio para que puedas nacer en mí»; no se preocupen, dejen que la Virgen llegue ahí y seguro va a dejar un corazón puro, una sábana limpia para que pueda nacer el Señor. La Virgen nos ayuda a curar, a pulir, a purificar nuestra vida; dejemos que ella llegue a nuestro corazón y nos purifique. Usted y yo somos los elegidos por el Señor porque Él quiere nacer en nosotros; no el 24 o el 25 de diciembre, todos los días quiere nacer en nuestra vida para que usted y yo lo hagamos presente en el mundo. Usted ha sido el elegido, es el que el Señor ha buscado, acógelo hoy porque mañana puede ser muy tarde.
Cuando preparaba la homilía pensaba en el Tepeyac. En este monte donde la Virgen se aparece a nuestro hermano san Juan Diego y le dice una frase hermosa: «¿No estoy yo aquí que soy tu madre?». Y lo relaciono con otro monte, el Calvario en Jerusalén, donde había un muchacho crucificado y al pie de la cruz estaban su madre y otras mujeres y alguien a quien llama el discípulo amado. Este muchacho que estaba en la cruz le dijo a su madre: «Madre, ese muchacho que esta a tu lado en adelante va a ser tu hijo». No tiene nombre el discípulo amado, algunos dicen que es Juan, pero creo que el discípulo amado es usted y soy yo. Somos los discípulos amados de Jesús, queridos y apreciados de Jesús. Y usted y yo no estamos huérfanos: tenemos padre y tenemos madre y un hermano que se llama Jesús; Jesús no nos ha dejado solos, nos ha dejado a su madre como nuestra madre. Esa madre que nos dio en el Calvario es la que aparece en el Tepeyac y le dice a Juan Diego: «¿No estoy yo aquí que soy tu madre?». Y ella reafirma lo que pasó en el Calvario; se presenta como la madre y tiene voz, en el Calvario no tuvo voz pero hoy sí, nos dice a cada uno de nosotros que ella es nuestra madre. No se avergüence de tener a la Virgen como su madre, siéntase orgulloso porque usted no la escogió como madre sino que el mismo Dios nos la ha regalado como nuestra madre; orgullosos nosotros los católicos que tenemos a la Virgen como nuestra madre y la honramos.
Que cada día subamos al Tepeyac y escuchemos a la Virgen que nos dice: «Yo soy tu madre», palabras que nos dan consuelo, palabras que nos dan esperanza, palabras que nos ponen de pie cuando estamos rendidos por la enfermedad o los sufrimientos; que ante el peligro, ante los problemas familiares podamos escuchar a la Virgen que nos dice: «No te preocupes, yo estoy contigo, soy tu madre y te ayudaré a salir adelante». Que nos fiemos y confiemos siempre en ella, que nos nos dejará solos, una madre nunca deja solos a sus hijos.
Ahora bien, la Virgen nos lleva a Jesús pero también nos pide obedecerle. Acuérdense de las bodas de Caná: «Hagan todo lo que Él les diga». Si usted y yo somos marianos, ojalá que hoy obedezcamos: amar la palabra de Dios, amar a su hijo y disponernos a seguirle siempre a Él. No seamos como los ancianos y sacerdotes del Evangelio que acabamos de leer que no creyeron en Juan bautista, que no creyeron en Jesús; se cerraron, estaban preocupados por descubrir el poder de Jesús y el poder de Jesús es uno: no someter sino amar y salvar.
Termino la reflexión: que la Virgen María bajo la advocación de Guadalupe, patrona de todos nosotros los mexicanos y emperatriz de América latina, primera discípula de Jesús que se puso detrás de Él, nos acompañe en nuestro peregrinar; que nos sintamos siempre acompañados por ella; recordemos que, tanto en las alegrías como en las penas, ella nos muestra siempre a su Hijo Jesús y nos invita a confiar en Él, a esperar en Él. Es Jesús nuestra esperanza y salvación. La Virgen nos acompaña y nos recuerda que Cristo es el centro de nuestra fe y el centro de la Iglesia y nos invita obedecer a su Hijo haciendo lo que él nos diga. Así sea.
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