LA SAGRADA FAMILIA
29 de diciembre de 2024
Después de haber celebrado la fiesta del nacimiento de nuestro Salvador, ahora se nos invita a volver la mirada hacia el hogar de Nazaret para contemplar la vida de la Sagrada Familia. Y, dado que todos tenemos una familia, esta podría ser una buena oportunidad para que cada uno considere cómo ha contribuido en el dinamismo de su realidad familia, tomando como referencia la vida de Jesús, María y José.
Como se ha escuchado en distintos ámbitos, es necesario señalar que en la actualidad la familia está atravesando por una severa crisis que atenta contra el plan establecido por Dios en la creación del mundo. Podríamos señalar numerosas causas, tales como las difusión de nuevas ideologías que, exaltando la libertad y defendiendo un aparente bienestar personal, acentúan la conveniencia de una vida sin compromisos; o la falta de cuidado de quienes tienen en sus manos el poder para legislar y no se han interesado por defender la institucionalidad familiar; o la promoción de nuevos modelos de familia difundidos, especialmente, por los medios de comunicación. Podríamos encontrar muchas causas de esta crisis; sin embargo, es necesario reconocer que la causa fundamental se encuentra dentro de nuestras familias, cuyos miembros de han dejado tocar por actitudes o situaciones que, claramente, atentan contra la estabilidad y el bienestar de la familia: la avaricia que, con frecuencia, enfrenta a los hermanos que viven peleándose por ser los beneficiarios de una herencia; el individualismo que nos hace mirar y buscar sólo aquello que nos conviene, olvidándonos de las necesidades de quienes comparten nuestro techo; la vivencia de una sexualidad desordenada que busca llenar los vacíos emocionales desencadenado situaciones de infidelidad y ruptura; las adicciones que no sólo ocasionan crisis económicas sino episodios de violencia y agresión; la indiferencia que nos lleva a vivir encerrados en nuestras habitaciones o perdidos en las redes sociales, sin prestar atención a lo que sucede a nuestro alrededor.
La invitación concreta en este día es que entremos en la casa de Jesús, María y José, y veamos como fueron caminando como familia, para que, desde su testimonio, nosotros seamos capaces de construir nuestra familia, «imitando sus virtudes y los lazos de caridad que la unió» (cfr. oración colecta de esta fiesta).
José es un hombre prudente, comprensivo, dispuesto a escuchar y discernir antes de actuar. Antes del nacimiento de Jesús, cuando ha descubierto que María está esperando un Hijo, en medio de sus dudas e inquietudes, no reclama ni ofende motivado por una aparente traición; más bien, se mantiene en silencio, buscando en Dios la respuesta a todas sus preguntas (cfr. Mt 1, 18-20). Y después de conocer el plan de Dios, no duda en tomarla por esposa (cfr. Mt 1,24), convirtiéndose desde entonces en el esposo fiel que sabe custodiar a su familia. Así, al sentir la hostilidad de Herodes, se encamina hacia Egipto para custodiar la vida de los suyos (cfr. Mt 2, 13-14). José es también el padre providente que, de acuerdo con la tradición, enseñó a su hijo el oficio de carpintero y lo acercó a la religiosidad de la época, enseñándole a orar y a cumplir con las tradiciones religiosas de la época, como era el caso de la peregrinación a Jerusalén con ocasión de la Pascua (cfr. Lc 2, 41-42).
María se presenta como una mujer sincera y unida a su esposo, cuidadosa y cercana a su hijo. Sincera porque no ocultó la verdad del nacimiento de su Hijo; no engañó a José para ocultar que había concebido por obra del Espíritu Santo. Unida a su esposo porque, aun cuando son pocas las informaciones de la vida familiar de Jesús, en los relatos de la infancia, María aparece siempre al lado de su esposo: los dos se encaminan a Belén para empadronarse (cfr. Lc 2, 4-5), en el momento del nacimiento de su Hijo, los dos están rodeando el pesebre (cfr. Lc 2,16); los dos suben a Jerusalén para presentar al niño en el Templo (cfr. Lc 2, 22.33); los dos emprenden la vida en Nazaret para vivir en familia (cfr. Lc 2,39); los dos van a Jerusalén para la fiesta de la Pascua (cfr. Lc 2,41). Como Madre es una mujer que cuida y acompaña su hijo: en la noche de su nacimiento envuelve al niño para protegerlo de las inclemencias del clima (cfr. Lc 2,7); lo acompaña en las bodas de Caná cuando realiza el primer signo de su misión mesiánica (cfr. Jn 2, 1-2). Y en el Calvario, a pesar de que todos se había ido, permanece a su lado contemplando su amor por toda la humanidad (cfr. Jn 19,25).
Jesús, es un hijo obediente y respetuoso de la autoridad de sus padres. Así lo indica el Evangelio que hemos proclamado: «Volvió con sus padres a Nazaret y vivió sujeto a su autoridad» (cfr. Lc 2,51). Fue también un hijo que supo acompañar y cuidar de sus padres. Aunque la Sagrada Escritura no habla sobre el momento de la muerte de José, varios santos, entre ellos, san Bernardino, señalan que estuvo acompañado de Jesús y María (de ahí la devoción de invocarlo para tener una buena muerte). Diríamos entonces que Jesús, como buen hijo, estuvo acompañando a su padre en la tierra hasta el momento en que fue llamado a la presencia de Dios. Vivió también atento a su madre: cuando fue crucificado, sabiendo que había llegado el momento de expirar su último aliento, encomendó al discípulo amado el cuidado de María, pidiéndole que, en adelante, la cuidara como si fuera su madre (cfr. Jn 19,27).
En este día, al celebrar la Sagrada Familia, pensemos en nuestras familias. Quienes son madres: ¿han sabido acompañar y cuidar a sus hijos a la manera de María? Y como esposas: ¿han sabido entender, colaborar y caminar en comunión con sus esposos? Quienes son padres de familia: ¿han sabido educar a sus hijos, dándoles las herramientas necesarias para abrirse paso por la vida y atendiendo la necesaria formación espiritual y religiosa? Como esposos: ¿son capaces de escuchar, comprender y cuidar de sus esposas? Y como hijos: ¿sabemos respetar la autoridad de nuestros padres y atenderlos caritativamente en la enfermedad y en la ancianidad?
Que el testimonio de la Sagrada Familia nos acompañe para que, imitando constantemente sus virtudes, seamos capaces de construir una familia cimentada en el amor, la comprensión y la mutua ayuda, como vivió la familia del Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
P. Eloy de San José, C.P.