top of page
jesucristo-buen-pastor.jpeg

IV DOMINGO DE PASCUA

21 de abril de 2024

«Un solo rebaño y un solo Pastor» (Jn 10, 11-18)

Todos los años, la liturgia nos propone el IV Domingo de Pascua, la imagen del Buen Pastor, entrañable sin duda para el cristianismo que se siente seguro bajo el cuidado de Jesús, dispuesto a proveernos y defendernos hasta entregar su propia vida. Sin embargo, ser su rebaño implica también una respuesta de nosotros, las ovejas tienen un compromiso delante del Pastor. Dejemos, pues, que a la luz de la Palabra y la contemplación de esta imagen, el Señor inflame en amor nuestros corazones.

1. «No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debemos salvarnos» (Hch 4, 8-12)

Pedro en su discurso ante las autoridades del pueblo recalca la necesidad de la unidad; para el pueblo, saberse como el elegido de Dios para ser especial entre las naciones, dependía de una sola cosa: su fe en el único Dios; esta certeza de que Dios es uno solo tenía dos expresiones particulares, por un lado, la unidad del pueblo a pesar de ser formada por doce tribus distintas, y el rechazo a cualquier otro dios-ídolo por muy poderoso que este pareciera.

Sin embargo, a lo largo de su historia el pueblo fue olvidando esta verdad, no en su discurso de fe, pues recitaba todos los días aquella profesión de fe, pero sí en la práctica, pues pronto el pueblo se dividió en dos reinos (el del norte y el del sur) y constantemente se entregó a la idolatría; la consecuencia fue clara, pues frente a esta actitud llegó la invasión de su tierra y con ella el exilio en Babilonia. Aquel pueblo que renunció a la unidad fue dispersado entre todos los pueblos.

 

Y aun cuando el pueblo se reintegró en una comunidad a la vuelta del destierro, no lograron la cohesión pertinente, pues a pesar de que se decían unidos en torno a su fe y al Templo, en la práctica seguían las divisiones internas, las luchas de poder, la segregación social y religiosa, la xenofobia y la marginación de los más pobres.

 

Frente a este panorama aparece en medio del Pueblo la pequeña comunidad de los creyentes en Jesús, personas provenientes de todos los sectores del Pueblo, pero unidos en torno a la fe, en el amor, teniendo un solo corazón y una sola alma, compartiéndolo todo en común, haciendo realidad el sueño del Padre; frente a este nuevo paradigma ¿Qué actitud podrían tener los no creyentes?

 

Pedro responde valientemente usando una figura bien conocida, la de la piedra angular, aquella que colocada en el centro, en el enclave preciso, da fuerza y sostiene todo el edificio, que le da unidad, cohesión; aquel que da unidad a la comunidad cristiana es Jesús, el Hijo de Dios, Él es la propuesta clara para el pueblo: si Israel quiere lograr la unidad deberá aceptar y creer en Jesús, el único Salvador de la comunidad, del pueblo y de la humanidad.

 

2. «Cuando Él se manifieste, vamos a ser semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es» (1Jn 3,1-2)

La comunidad cristiana descubrió pronto que su unidad provenía de la fe en un único Dios, revelado en la trinidad de su ser; si bien la creencia original del pueblo de Israel era la de un Dios único, es decir, que no había nadie con tal naturaleza que él, un dios exclusivo y excluyente, Jesús nos revela un Dios distinto, un Dios en tres personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que en su amor son uno solo: el Dios único se revela ahora como el Dios cuya unidad no se da en una exclusividad, sino en una comunión. 

Si Dios es uno en una trinidad, la comunidad es una en su pluralidad; esto lo tenía bien claro la comunidad de Juan, que a pesar de sus diferencias se congregan en la fe y el amor, en torno a su Dios que los invita a ser comunidad y cuya experiencia en esta tierra es manifestación e invitación para los no creyentes de que la unidad es posible, y cuya máxima expresión se dará cuando la comunidad se encuentre cara a cara en la plenitud de los tiempos con su Señor. 

 

3. «Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre» (Jn 10, 11-18)

Lo meditado hasta ahora nos pone en contexto con la enseñanza evangélica de este día: Jesús, que nos ha revelado al Dios trinidad-comunión, es el único capaz de lograr la unidad de toda la humanidad tan ansiada por Dios. 

 

El discurso del Buen Pastor, del que hemos escuchado una parte este domingo, es pronunciado justo después de la curación del ciego del nacimiento (Jn 9,14), una señal portentosa, pero que causó división entre los miembros del pueblo (Jn 9,16), pues mientras unos tenían a Jesús por un santo, otros lo acusaban de blasfemia. 

Para responder a los cuestionamientos, Jesús usa la figura del pastor y del rebaño para invitarlos a creer en Él y en el Padre. Para Jesús, la unidad del rebaño no radica en que todas habiten en un solo redil, ni que sean de la misma especie o raza, que todas pasten en el mismo pastizal, o que balen al mismo tiempo o en el mismo tono: la unidad del rebaño depende del Pastor, Él es quien le da unidad e identidad al rebaño con su amor y sus cuidados. La relación del pastor y del rebaño es lo que les da la unidad.

 

La relación entre el Pastor y las ovejas no depende entonces en que las ovejas sepan a donde dirigirse para pastar o donde guardarse para pasar la noche, depende de que conocen la voz del Pastor, la reconocen y la siguen, esto nos habla de una relación cercana y profunda entre ambos, el Pastor conoce a su oveja, le habla, le ha dado nombre, y la oveja reconoce la voz de su Pastor; de la misma manera, la unidad de Dios está en el mutuo conocimiento de las personas divinas, pues el Padre conoce al Hijo y el Hijo conoce al Padre, de ahí surge su relación profunda y perfecta.

 

Sin embargo, Jesús advierte también del peligro del lobo, aquel que rompe la unidad del rebaño, que dispersa las ovejas, simplemente porque no forma parte del rebaño, porque no reconoce la voz del Pastor ni lo ama; el lobo no pertenece al rebaño porque el Pastor lo haya rechazado, sino porque este no se ha dejado domesticar por Él, porque no ha querido escuchar la voz y aceptarla, porque no le importan las demás ovejas, sólo le importa su propia vida, su “salario”. Jesús usa la imagen del lobo para reprochar a los fariseos (recordemos que el discurso se dirige hacia ellos frente a su desconcierto por la curación del ciego) su falta de interés por el pueblo, pues, si alguien tiene culpa de la división entre este son ellos, que sólo viven para recordar que los extranjeros son rechazados por Dios, que los pecadores son impuros, que quien no cumple las normas y ritos, las leyes y tradiciones, no son amados por Dios, quien prefiere a los ricos y desprecia a los pobres, aquellos que abren brechas entre el pueblo, para resaltar su propia supremacía, pues no les importan sus hermanos sino sólo su imagen. 

La relación profunda entre el Pastor y la oveja es la del amor, y Jesús manifiesta que la mayor prueba de amor hacia su Padre y hacia las ovejas, es la de la entrega de su propia vida, su Pasión y muerte son la mayor prueba del amor que tiene por su rebaño y por su Padre; y la resurrección, la capacidad de entregar la vida y de volverla a retomar, es la mayor manifestación del Padre por el Hijo, y también la mayor manifestación del Padre por el rebaño, pues aquella vida gloriosa del Pastor espera el rebaño alcanzarla, así como hemos rezado en la Oración Colecta de la misa de hoy: para que el rebaño, a pesar de su debilidad, llegue a la gloria que le alcanzó la fortaleza de Jesucristo, su pastor.

Uno de los dones del resucitado es entonces el de la unidad, la comunión de la comunidad. Como veíamos el domingo pasado, el resucitado sólo se hace presente y se da a conocer en la comunidad. Mucha falta le hace la unidad al mundo, dividido por tantos males y tantos lobos rapaces que sólo saben predicar violencia, avaricia, egoísmo, tristeza, muerte y dolor; mucha falta le hace unidad a la Iglesia, dividida por la falta de diálogo, por el fundamentalismo de unos cuantos que pretenden tener la verdad absoluta de Dios, de tantos fariseos que sólo viven para señalar y segregar; y ahí, justo ahí, es donde el Pastor nos convoca a la unidad, a manifestar la comunión como prueba de que es posible el proyecto de Dios, es ahí donde los creyentes debemos poner la piedra angular, aquella que el mundo ha rechazado, y con dolor muchas veces lo ha hecho la piedra, colocarla en el centro para que Él y sólo Él sea la causa de nuestra salvación; pero, ¿realmente nos esforzamos en lograr esto? Recordemos que si nuestra vida no promueve la unidad, es porque realmente no hemos experimentado la presencia del Señor Resucitado. 

Finalmente, hoy celebramos la sexagésima primera jornada mundial de oración por las vocaciones, ocasión propicia para recordar que el Espíritu Santo suscita en el mundo hombres y mujeres dispuestos a entregar su vida por el bien de sus hermanos. La vocación en la Iglesia es expresión de la unidad de aquellos que escuchando la voz del Pastor lo han seguido de forma incondicional, que han entregado su vida para defender al rebaño de los lobos rapaces. 

 

Al respecto, el Papa Francisco, en su mensaje para esta jornada, ha externado: «La polifonía de los carismas y de las vocaciones, que la comunidad cristiana reconoce y acompaña, nos ayuda a comprender plenamente nuestra identidad como cristianos. Como pueblo de Dios que camina por los senderos del mundo, animados por el Espíritu Santo e insertados como piedras vivas en el Cuerpo de Cristo, cada uno de nosotros se descubre como miembro de una gran familia, hijo del Padre y hermano y hermana de sus semejantes. No somos islas encerradas en sí mismas, sino que somos partes del todo. Por eso, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones lleva impreso el sello de la sinodalidad: muchos son los carismas y estamos llamados a escucharnos mutuamente y a caminar juntos, para descubrirlos y para discernir a qué nos llama el Espíritu para el bien de todos.»

 

Oremos, pues, juntos, para que el Señor nos bendiga con vocaciones, que sean pastores que promuevan la auténtica unidad de su rebaño.

 

Oh Jesús, pastor eterno, dígnate mirar con ojos de misericordia a esta porción de tu grey amada. Señor, gemimos en la orfandad. ¡Danos vocaciones! ¡Danos sacerdotes, religiosos y laicos santos! Te lo pedimos por la Inmaculada Virgen María de Guadalupe, tu dulce y santa Madre. Oh Jesús, danos sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos según tu corazón. Amén.

 

El resto de la reflexión depende de ti.

 

Bendecida semana.

 

Daniel de la Divina Misericordia C.P.

bottom of page