Institución de ministerios
Comunidad de San José, Ciudad de México
9 de diciembre de 2024
El lunes 9 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción, los hermanos Daniel Ávila Fernández y Luis Miguel García Camilo fueron instituidos como lectores y acólitos. La celebración se llevó a cabo en la comunidad de San José, en la Ciudad de México, sede del Estudiantado de Teología y fue presidida por el Superior Provincial, acompañado por los Padres César Antonio Navarrete Ferrusquia y Carlos Leonardo García Hernández.
Además de la comunidad religiosa, los hermanos contaron con la presencia de sus familiares y amigos, formando así un ambiente de fraternidad y gratitud a Dios por el don de la vocación que les ha concedido. Durante la emotiva celebración, el Superior Provincial invitó a los hermanos a vivir este acontecimiento no sólo como un paso más en su camino al ministerio ordenado, sino como un auténtico servicio al Pueblo de Dios que deberá marcar toda su vida consagrada.
Al concluir la celebración Eucarística y después de las acostumbradas fotografías, tuvo lugar el compartir de los alimentos, que se desarrolló en medio de un ambiente de profunda alegría y cordialidad, en medio de música y amenas conversaciones, sintiéndonos todos unidos en profunda gratitud al Señor por lo bienes recibidos.
HOMILÍA
Siempre que celebramos la Inmaculada Concepción estamos celebrando a Dios mismo que, en su gran designio de amor está dando los pasos para lo que será la encarnación de su Hijo. Por eso, no es una fiesta centrada en la Virgen María, es una fiesta que celebra ante todo la iniciativa de Dios y su plan de salvación. Celebramos al Dios de la vida, que vive haciendo un plan de salvación para nosotros. Por eso, la antífona del salmo responsorial resume lo primero que podemos contemplar en esta fiesta: «Cantemos al Señor un canto nuevo pues ha hecho maravillas». Es lo que el Señor ha hecho con la Virgen María; a Él le cantamos un canto nuevo pues ha hecho maravillas. Y el cántico de la carta a los Efesios nos proclama ese plan salvífico: «Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales». Y en ese plan de salvación entra la Virgen María. «Él nos eligió en Cristo antes de crear el mundo»; así, a la Virgen María la prepara, prepara esa casita. También vamos a escuchar esa frase de Nuestra Señora de Guadalupe que pide una casita en medio de nosotros. Recordemos que para la Biblia no es lo mismo el destino marcado por los griegos que el destino marcado por la fe judía y cristiana. Está marcado por el plan de Dios, es algo que Dios tiene proyectado en su plan amoroso. Por eso nos dice que, con Cristo también nosotros somos herederos, para eso estábamos destinados. Hoy celebramos ese plan amoroso que escoge y prepara. Para Dios no hay tiempo, en Dios no hay pasado ni futuro; bien lo dice el salmo: «Mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una vigilia nocturna». Entonces, para Dios lo mismo es la Anunciación, quince o dieciséis años que tendría la Virgen María, que antes de nacer en la familia de san Joaquín y santa Ana. Es el mismo tiempo: para Dios los acontecimientos se dan en una misma realidad. Su plan de salvación siempre es activo y se está dando; para Dios existe la acción que se está dando. Por eso nos alegramos. También nosotros entramos en ese plan de salvación desde nuestro servicio al Señor. Somos llamados a contemplar en nuestras vidas el plan de salvación. Esta es la primera invitación: con el salmo, «Cantemos al Señor un canto nuevo pues ha hecho maravillas».
La Primera lectura del libro del Génesis contrasta completamente con el Evangelio: el sí de María frente al no de nuestros padres en el comienzo; ambos contrastan. La Palabra de Dios nos invita a ver la colaboración de la Virgen. Aunque el plan de Dios está preparado para hacerse realidad -sabemos que Dios siempre se sale con la suya- también debemos decir que necesita de nosotros. Así como nuestros padres en el libro del Génesis podrían haber apoyado, María en el Evangelio de Lucas se inserta en proyecto de Dios colaborando en el plan de salvación. Y esta es la llamada que encontramos hoy en la Inmaculada Concepción. María se convierte en prototipo; si en el Antiguo Testamento, en el Edén, estaba Eva, ahora en la nueva historia de salvación está la Virgen y nos invita a un nuevo proyecto de salvación. Si en el Edén fuimos marcados por el pecado esa no es la última palabra de Dios. Dios realiza un plan de salvación y lo lleva a cabo, aunque nosotros lo hayamos olvidado. Los cánticos que hemos escuchado del profeta Isaías en este tiempo de adviento nos van invitando a contemplar como Dios se sale con la suya y va poco a poco llevando adelante su plan de salvación.
Ese plan de salvación necesita nuestra ayuda como lo contemplamos en María. Hoy vemos el sí de Daniel y Luis Miguel para ir dando estos pasos al encuentro de una consagración en la profesión religiosa que se va realizando en un servicio, en un ministerio dentro de la Iglesia como es la vocación sacerdotal. Recordemos que la Iglesia nos invita en estos ministerios a irnos preparando; son ministerios de servicio en la Iglesia para servir en bien de la Iglesia, en toda la vida de la Iglesia en dos ámbitos: el ámbito de la Palabra que nos convoca y es parte de la celebración, y el ámbito del altar que es el acolitado. Por lo tanto, en la Eucaristía que lleva las dos dimensiones: el lector, centrado en la Palabra, y el acolitado para servir en el altar y dar relevancia para que siga en nuestra vida. Para quienes los hemos asumido como un paso hacia el sacerdocio es una preparación; para ustedes, Daniel y Luis Miguel, es como un tiempo para que vayan centrando esas dos facetas del ministerio sacerdotal.
La Palabra de Dios no es sólo para anunciarla sino para hacerla propia. Recordemos que la Palabra de Dios debe fundamentar nuestra vida. Por eso la Iglesia nos invita a la Lectio Divina. Ahora que estamos en ese camino de sinodalidad, tenemos que partir de la Palabra de Dios. Esa Palabra es nuestra vida, por lo que debemos aprenderla, estudiarla y conocerla; no será sólo leerla en la Eucaristía sino que deben preocuparse por conocer comentarios y estudios de la Palabra de Dios y, aunque no les toca predicar, que bueno sería que cada domingo vayan haciendo conciencia de leer un comentario, de preparar una pequeña homilía para que esa Palabra de Dios no les sorprenda como un ladrón en la noche, especialmente el domingo. Y también deberán comunicar esa Palabra a los demás, llevarla a otras personas, comunicarla para que resuene. Todavía cuesta mucho que nosotros, los ordenados, demos importancia a la Palabra. Muchas veces nos centramos en el rito dejando a un lado la Palabra.
El otro ministerio es el acolitado que tiene que ver con el rito. Van a ayudar en el servicio para prepararse y contemplar el altar, preocupándose y conociendo el altar para que se vea bonito. Y desde el altar, la devoción al Santísimo Sacramento que se prolonga en la Hora Santa; ustedes pueden dar la comunión, llevar la comunión a los enfermos y exponer al Santísimo; es un campo que también les ayudará a enriquecerse, no como un poder sino como un servicio y una devoción. Los sacerdotes no podemos perder la devoción a la Eucaristía. De María tenemos que aprender que así, como ella recibió a Jesús en su seno, también nosotros debemos recibir a Jesús en nuestro corazón. También debemos llevar a los demás esa devoción al Santísimo que se va perdiendo porque la gente está tan ocupada. Nos unimos en oración por estos hermanos que reciben estos ministerios.
P. Ángel Antonio Pérez Rosa, C.P.
Superior Provincial
Coh. Miguel Ángel Zamora Ramirez, C.P.
Cronista