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III DOMINGO ORDINARIO

26 de enero de 2025

Por iniciativa del Papa Francisco, la Iglesia celebra este día el Domingo de la Palabra de Dios, un día para recordar que como cristianos la Palabra es nuestro principal alimento, la Palabra hecha carne en el pan y en el vino, y la Palabra proclamada de la Sagrada Escritura. 

 

La liturgia de la Palabra de este domingo se abre con la narración de la lectura de la Ley del Señor por parte de Esdras al pueblo de Israel (Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10). Recordemos rápidamente los acontecimientos que rodean este relato: el pueblo de Israel que había recibido la ley del Señor se fue desviando poco a poco del camino cayendo en constantes infidelidades: idolatrías, autoritarismo, avaricia, discriminación, hipocresía… y aunque Dios, a través de sus profetas, exhortó a su pueblo a la conversión, este no quiso hacer caso, llegando a lo inevitable: un pueblo extranjero los sometió y después de arrasar su tierra, destruir el Templo y sus ciudades, los llevó cautivos a Babilonia donde permanecieron por largos años anhelando retornar a la tierra prometida; finalmente Dios se apiada de su pueblo y los hace volver a Palestina, donde, encabezados por Nehemías y Esdras se dan a la labor de reconstruir sus vidas. La lección aprendida es clara: si te apartas de los mandamientos del Señor terminarás en la perdición. 

 

La narración que escuchamos se inserta en plena reconstrucción y tiene como finalidad recordarle al pueblo que sus infidelidades le acarrearon el destierro, si no quieren repetir la experiencia es necesario atener a tres condiciones hacia la Palabra Divina: escucharla con amorosa atención y reverencia, asimilarla grabándola con amor profundamente en el corazón y finalmente llevarla a la práctica, hacerla vida. 

 

La lectura de la ley se da en un ambiente solemne, como si de un acto litúrgico se tratara: el Sacerdote puesto en alto, el pueblo dispuesto a su alrededor, los levitas instruyendo, el pueblo comprendiendo, muy similar a nuestras asambleas eucarísticas. Cuando la lectura termina el pueblo está tan consternado por escuchar de nuevo la Palabra de Dios después del largo destierro que no acierta sino a llorar, respuesta muy natural, sin embargo la orden de Nehemías y Esdras es aun mas sorprendente: ¡hagan fiesta! ¡coman y beban en abundancia! Porque el Señor está con nosotros y su palabra nos acompaña, no podemos estar de duelo toda la vida porque el sufrimiento ya pasó, y no olvides al pobre y al que sufre, a él también compártele la alegría de ser salvado, porque tu también has pasado por su situación.

 

Algo similar es lo que anuncia Jesús desde la sinagoga de Nazareth (Lc 1, 1-4; 4, 14-21) (el también lee la Palabra de Dios) pues ha venido a arrancar el dolor y la tristeza de nuestros pecados, porque ¿Qué actitud, sino la alegría podríamos tener ante la evangelización de los pobres, la libertad de los oprimidos, la salud de los enfermos, la salvación de los cautivos por el pecado? Él viene a anunciar el tiempo de la salvación definitiva para todos los hombres, el gran año jubilar,  esa es la misión que el Espíritu del Señor le ha encomendado al posarse sobre Él, un año de gracia que es atemporal, pues no pertenece sólo a los que vivieron en tiempo de Jesús, abarca a toda la humanidad hasta la consumación de los tiempos. 

 

Esta misión es de Cristo en su plenitud, no sólo a Jesús, sino también de su Iglesia, pues recordemos que Él es la cabeza y nosotros su cuerpo (Cor 12, 12-30), por tanto la misión de anunciar el Evangelio y hacerlo práctica también te corresponde a ti desde tu trinchera: sacerdote, religioso, padre de familia, ama de casa, profesionista, obrero… a todos nos toca colaborar en la construcción del Reino y en la gran tarea de anunciar como Esdras y como Jesús, la Palabra del Señor. 

 

Preguntémonos en este día: ¿Cómo escucho, asimilo y pongo en practica la Palabra del Señor? ¿Tengo la valentía de ponerme de pie en la sinagoga de mi vida ordinaria (hogar, escuela, trabajo) y desde ahí proclamar a todos la Palabra de vida? ¿La he predicado sólo con la Palabra o también con el ejemplo? ¿Soy libertad para los cautivos, luz para los ciegos, buena nueva de los pobres, gracia para los que me rodean? ¿Soy un miembro útil de la Iglesia o simplemente soy un órgano (como el apéndice) que sólo se da a notar cuando se enferma y causa dolor y sufrimiento? ¿Qué estoy dispuesto a hacer para que lo que no he hecho sea posible?

 

Termino esta reflexión repitiéndote las palabras de Esdras: “No estén tristes, pues el gozo en el Señor es nuestra fortaleza”. Si, estemos alegres, porque el Señor nos habla, porque su Palabra entra hasta fondo de nuestro corazón, y aunque a veces su mensaje es duro y doloroso debemos fiarnos en el gozo de que siempre será para que nuestra vida sea plena; basta de sólo ir a la Iglesia a escuchar la Palabra, Dios nos invita a gozarnos como el hijo que escucha la voz de su Padre, el amante que escucha la voz del amado. 

 

Que el Señor nos permita estar atentos siempre a su Palabra que da vida. 

 

Bendecido y festivo día del Señor.

Coh. Daniel de la Divina Misericordia, C.P.

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