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III DOMINGO DE PASCUA

3 de marzo de 2024

«Ustedes son testigos de esto» (Lc 24, 35-48)

 

Seguimos avanzando en la experiencia pascual. Hace un par de semanas, el Evangelio nos narraba el encuentro entre el Señor resucitado y las mujeres, y cómo estas son enviadas como mensajeras-testigos de la resurrección a la comunidad apostólica; la semana pasada se nos narraba un nuevo encuentro, esta vez entre el Maestro glorificado y los apóstoles, y cómo en este encuentro son investidos del Espíritu Santo para ser mensajeros-testigos de la misericordia de Dios ante la gran comunidad humana. Encuentro, testimonio y comunidad son elementos muy importantes en la experiencia pascual, y son estos tres elementos presentes en la liturgia de la palabra de este Domingo los que nos irán guiando en nuestra meditación. 

1. «De ello nosotros somos testigos» Hechos de los Apóstoles

Con estas palabras, Pedro reafirma la autoridad del mensaje que da a la multitud reunida frente al cenáculo en la mañana de Pentecostés. El apóstol ha realizado un maravilloso discurso para anunciar a sus oyentes venidos de todas partes la extraordinaria noticia de la salvación. En el corazón del gran discurso kerigmático de Pedro se encuentra el Misterio Pascual del Señor Jesús: ustedes rechazaron y crucificaron a Jesús, pero Dios lo resucitó y lo glorificó, y por ello es causa de nuestra salvación. 

Pedro habla con seguridad, él es testigo, no ha recibido la noticia de otros labios ni de palabras ajenas, el ha tenido experiencia del Señor resucitado, y más aún, asegura que esta experiencia pascual es el cumplimiento de las promesas de Dios; no quiere decir que Pedro esté anunciando el misterio de un hombre sacrificado como expiación, cuya acción había sido predicha desde siglos atrás, como si Dios exigiera una víctima que aplacara su ira; por el contrario, Pedro anuncia la fidelidad de Dios a su promesa consignada en las escrituras: su amor es eterno e incondicional, y la mayor prueba está en el sacrificio del Hijo hecho no para aplacar la ira divina sino para reconciliar al Padre con los hijos. 

Pedro y los demás apóstoles no son testigos de un muerto, ni mucho menos de un acontecimiento cruel y sangriento, son testigos del Señor de la vida, de la resurrección, de la reconciliación y la paz, del amor de Dios.

 

Esta misma convicción es la que los lleva a salir al encuentro de aquella multitud y dar testimonio de dicha certeza con valentía. Ellos encontraron al Señor resucitado, son sus testigos y por ello salen al encuentro de la humanidad para hacerla entrar en la familia de los hijos de Dios, por eso, el discurso de Pedro culmina con la invitación al arrepentimiento y la conversión para, por el bautismo, ingresar en la nueva comunidad.

2. «En aquel que cumple la su palabra, el amor de Dios ha llegado a su plenitud»

 

El testimonio de los apóstoles se fundamenta en dos elementos inseparables: la Palabra y las obras. Por eso, Juan nos enseña en este fragmento de su primera carta la manera válida y exclusiva de ser auténticos testigos del Señor resucitado. 

 

No se puede dar testimonio de Palabra, porque este no tendría en que respaldarse; por eso, quien dice amar a Dios pero sin cumplir su voluntad es un mentiroso, alguien cuyo testimonio no vale. Tampoco puede darse testimonio sólo de obras, sin que estas no sean eco del mensaje Divino, porque entonces el testimonio no tendría fundamento sólido. La clave está en combinar las palabras y las obras, quien de esta manera actúa se convierte en testigo veraz de su encuentro con Dios a quien ha conocido y ama verdaderamente y por ello vive unido a Él. 

 

La consecuencia de una Palabra arraigada, que hace “arder el corazón” es la de las buenas obras, el cumplimiento de los mandatos divinos, lo cual tiene como desenlace lógico el que aquel testigo no puede quedarse callado, no puede quedarse quieto y debe salir al encuentro de sus hermanos para dar testimonio, y como consecuencia, otros creerán en Dios también, tendrán experiencia del amor divino, y se unirán a Él. 

Y entonces, la secuencia se repite de nuevo: el que ha tenido un encuentro con Dios da testimonio de palabras y obras, y por ellas atrae a otros a la comunidad de los creyentes. 

 

3. «En su nombre se habría de predicar a todas las naciones”

El episodio de Lucas nos invita a realizar una recapitulación de los acontecimientos de la tarde del día de la resurrección en el camino a Emaús, una experiencia de encuentro para aquellos dos discípulos: en el camino les sale al encuentro un forastero, quien les hace una exposición clara de las escrituras hasta que logra hacer “arder su corazón”, y emocionados ante tal perspectiva lo invitan a quedarse con ellos, lo hacen pasar de forastero a huésped en un acto de solidaridad y caridad, que desemboca en la celebración de la fracción del pan y con ella en el reconocimiento de Jesús resucitado en la persona del forastero, haciéndolos desandar el camino para regresar a la comunidad de los discípulos y compartir la alegre noticia. El esquema se vuelve a repetir: los dos discípulos tienen experiencia del resucitado, salen a dar testimonio de ello a los demás discípulos, y con ellos reintegran la comunidad dispersada en la muerte del Señor. 

 

Y cuando aquellos discípulos están dando testimonio Jesús se hace presente; los demás ya no tendrán que creer por el testimonio de las mujeres, o de Simón o de los discípulos de Emaús: ellos pueden ver, escuchar, tocar al Señor resucitado, es más, lo ven sentarse a la mesa y comer con ellos, pasan de la incredulidad a la certeza, de la confusión por el miedo a la incredulidad de la alegría. 

 

Y Jesús les hace pasar por la misma experiencia de los discípulos de Emaús, les explica las escrituras para hacer arder su corazón, para que su entendimiento comprenda el testimonio de Jesús: el amor de Dios hasta el extremo, y les recuerda a su vez el compromiso de ser testigos hasta los confines del mundo, para todos los hombres, de todos los tiempos y condiciones. 

 

De nueva cuenta el ciclo se repite: el Maestro se presenta en medio de sus discípulos haciéndolos tener experiencia de su resurrección, los constituye en sus testigos al sentarse con ellos a la mesa para comer y explicarles las escrituras, y los envía a llevar el mensaje de la reconciliación y el perdón para constituir la nueva comunidad.

 

Al igual que los discípulos, nosotros “somos testigos de esto”, porque si no, no tendríamos fe en el Señor resucitado. Nosotros sin duda hemos pasado por el mismo ciclo: teniendo experiencia de Dios y de su amor lo hemos abrazado con fe, y constituidos como sus testigos lo hemos anunciar, de palabras y obras, formando parte de la comunidad eclesial, que anuncia y atrae a otros a la fe. 

 

Sin embargo, para que nuestra reflexión sea completa valdría la pena preguntarnos: ¿de Dios somos testigos? Porque pareciera que muchos cristianos nos hemos quedado con el Jesús muerto y sepultado, arrastrando nuestras penas y miserias, con cara de abatimiento y tristeza, predicando a un Dios eternamente enojado y dispuesto al castigo, nada más lejos del Dios de la compasión y el amor del que el Señor crucificado y resucitado es testigo; ¿qué clase de testimonio damos? Porque muchos nos podemos quedar en altavoces que repiten discursos aprendidos pero pocas veces asimilados, en campanas que suenan pero no hacen más que ruido, en portadores de amenazas y desgracias en lugar de mensajeros buenas nuevas, en cristianos de bocas abiertas y lenguas sueltas, pero de manos cruzadas y estériles, nada mas alejado del testimonio del señor resucitado que sabe anunciar la buena nueva de obras y palabras; ¿realmente somos testigos? Y aquí yo te daré la respuesta, sí, somos testigos, por vocación bautismal somos testigos, sólo nos falta quizá hacer valido nuestro testimonio. 

La Pascua es un tiempo maravilloso para recordar nuestra condición de testigos, para refrescar nuestra experiencia de Dios y tomar nuevo impulso. La Eucaristía dominical, es la gran pascua semanal, en la que se repite el ciclo del que hemos estado hablando a lo largo de esta meditación; cada semana tenemos la oportunidad de que el maestro nos explique las escrituras y parta para nosotros el pan, pero no se puede quedar sólo en eso, es necesario que salgamos a dar testimonio el resto de la semana, de palabras y de buenas obras, y así, solamente así, nuestra celebración tendrá pleno sentido. 

El resto de la reflexión depende de ti. 

 

Bendecida semana. 

 

Daniel de la Divina Misericordia C.P.

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