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VII DOMINGO ORDINARIO

23 de febrero de 2025

Como hemos señalado en otras ocasiones, cuando Dios creó a los seres humanos, pensaba en una vida llena de dicha. ¡Dios nos creó para que fuéramos hombres y mujeres verdaderamente felices! Lamentablemente, muchos de nosotros somos incapaces de alcanzar aquella felicidad que Dios quiere para nosotros. Y una de las causas que nos impide desarrollarnos en plenitud es el resentimiento que vamos acumulando en nuestro interior. 

Es verdad que en el transcurso de nuestra vida, podemos tener desencuentros, problemas y diferencias con aquellos que están a nuestro alrededor. Y muchos de nosotros no somos capaces de superar las diferencias y resolver en lo inmediato los problemas de la convivencia cotidiana, dejando que el resentimiento se acumule y vaya creciendo en nuestro interior. ¡Cuánto resentimiento tenemos hacia aquellas personas que nos han ofendido, nos han dado una palabra inapropiada o nos han lastimado con sus acciones conscientes o inconscientes! Cuando no somos capaces de superar el resentimiento, este puede convertirse en un odio desenfrenado que, en muchos casos, desencadena la búsqueda obsesiva de hacer justicia para dar su merecido a quien ha ofendido. Lamentablemente esta situación es mucho más común de lo que pudiéramos pensar. ¡Cuántas personas han frustrado su vida y han arruinado su felicidad, a causa del resentimiento!

Aunque esto puede ser una realidad en la sociedad en que nos encontramos, Jesús presentan a sus discípulos un camino distinto. Él es consciente de las diferencias entre los seres humanos, sabe que podemos tener desacuerdos con quienes estar a nuestro alrededor, e incluso, que se podemos lastimar al hermano con nuestras palabras o acciones. Y con todo, nos invita a desterrar el resentimiento pues, como hemos dicho antes, el odio y el resentimiento se va convirtiendo en una fuerza que consume el interior de los seres humanos.

 

Para superar el resentimiento, Jesús nos presenta un camino: «Amen a sus enemigos» (Lc 6,27). Todos nosotros conocemos el mandamiento del amor; sabemos que Jesús, antes de padecer, mientras estaba con sus discípulos les dijo: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado». Pero no se refiere únicamente al amor que se profesa a aquellas personas a las que tenemos simpatía, a nuestros seres queridos y familiares, o a quienes piensan como nosotros. Este mandamiento va más allá: «Amen a sus enemigos» (Lc 6,27); es decir, a aquel que te ha ofendido, ámalo; a aquel que te ha lastimado con sus palabras, ámalo; a aquel que te ha difamado, ámalo; a aquel que te ha hecho daño con sus acciones, ámalo. Jesús nos invita a que, por amor, superemos el resentimiento y el rencor. Este es el camino de Jesús: el del amor que sana, nunca el del odio que busca el desquite. 

Este mandamiento es posible. La primera lectura nos recuerda como David, a pesar de que el rey Saúl había desatado una persecución en su contra, en un momento en el que tenía la oportunidad de desquitarse, hiriéndolo o quitándole la vida con la misma lanza del rey, decide perdonarle la vida. David no quiere contribuir en la espiral de violencia que atenta contra la vida de los seres humanos; más bien, respeta la vida de su adversario y le concede el perdón (cfr. 1Sm 26, 9.12).

 

Es posible que, ante tanta hostilidad, emprendamos el camino del perdón. Es posible que también nosotros superemos la tentación de dar su merecido a quien nos ha lastimado. ¿De qué manera? Mediante la vivencia del amor. Cabe mencionar que no se trata únicamente de palabras; si miramos la cruz nos daremos cuenta que sus enseñanzas están plasmadas en el testimonio de su vida: este hombre crucificado a pesar de haber sido criticado y calumniado, burlado, abofeteado o azotado en su cuerpo hasta derramar su sangre, nunca pronunció palabras ofensivas para desquitarse de sus adversarios. Y no sólo fue burlado o azotado; le arrebataron la vida colocándolo sobre el madero de la cruz. Y a pesar de todo, no buscó el castigo para aquellos que atentaban contra su vida; por el contrario, en una oración, pidió el perdón para sus verdugos: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,24).

Jesús nos enseña el camino para liberarnos de todo resentimiento, mediante la vivencia del amor. Él mismo nos enseña que es posible amar a todos nuestros hermanos, incluso a quienes están amenazando nuestra vida. Dejemos que estas enseñanzas se conviertan en la guía de nuestra vida, de modo que, viviendo siempre en el amor, podamos asemejarnos a Cristo el Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

 

P. Eloy de San José, C.P.

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