SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
1 de enero de 2025
Al iniciar el año, nos presentamos ante Dios para ofrecerle las primicias del año nuevo que su providencia nos concede. Venimos para agradecerle por los dones que ha derramado sobre nosotros durante toda nuestra vida y especialmente durante el año que ha concluido. Venimos también para pedirle perdón por aquellas actitudes y acciones que han herido o lastimado a quienes se encuentran a nuestro alrededor. Así mismo, venimos para implorar que continúe derramando su bendición sobre nosotros, nuestras familias y nuestra sociedad, durante el año que ha comenzado. Nos presentamos ante Él con la confianza de saber que María Santísima, aquella mujer que contemplaron los pastores en la noche de Belén (cfr. Lc 2,16) y que más adelante fue identificada por el apóstol Pablo como la Madre del Hijo de Dios (cfr. Gal 4,4), hace suya nuestra súplica y la presenta ante su Hijo. Ella es nuestra madre; es la Madre del Salvador, pero también es nuestra madre.
Además de presentar nuestras intenciones por el año que hemos comenzado, unidos a toda la Iglesia, celebramos la Jornada de oración por la paz. Se nos invita a elevar nuestras oraciones para pedir por la paz, un don tan necesario para la vida de nuestra sociedad. Basta que miremos lo que sucede en el mundo y a nuestro alrededor para darnos cuenta que es indispensable pedir al Señor que conceda su paz a toda la humanidad. Son alarmantes los conflictos bélicos que, en los últimos meses, se han suscitado entre las naciones; vemos como los pueblos se levantan, unos contra otros, para dominar y defender su pretendida autoridad. Lamentablemente, el costo de estos enfrentamientos, más allá de las pérdidas materiales, ha cobrado víctimas inocentes que, sin ser parte del conflicto, han sido privadas de la vida. Pero esta no es una situación que ocurre únicamente en las tierras distantes del oriente o de otros continentes: la violencia se va a presentando también en nuestro país y va creciendo aceleradamente. Hemos visto, incluso cerca de nosotros, como para saldar cuentas, lanzar amenazas o sembrar el caos para mantener el control, numerosos grupos han atentado contra la vida y la dignidad de quienes encuentran en el camino, sembrando inestabilidad y dejando sin vida a víctimas inocentes. Es lamentable que esta situación de violencia se extienda por los cuatro puntos cardinales y el centro del país, donde personas y familias han tenido que modificar su manera de vivir, con la única finalidad de salvar la vida. Ya no es posible mirar a los niños corriendo con sus amigos por las plazas públicas, ni a los jóvenes conversando en los parques, ni a los adultos caminando con tranquilidad por las calles de los pueblos, ni los ancianos sentados en las puertas de sus casas conversando con sus seres queridos. La dinámica de terror que se vive a nuestro alrededor, ha ocasionado que muchos prefieran vivir herméticamente en su casa, cuidándose de los demás y desarrollando una paranoia que no les permite vivir con tranquilidad. Por eso, es necesario que pidamos insistentemente el don de la paz.
No obstante, hemos de recordar que la paz debe sembrarse en todos los ámbitos de la vida: en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la colonia, en el barrio y en la comunidad eclesial. Y para sembrar la paz necesitamos reconocer que, en muchas ocasiones, nuestras actitudes y acciones han representado una amenaza para quienes están a nuestro alrededor. Precisamente, en el marco del Año Jubilar, el Santo Padre Francisco ha propuesto como lema para esta Jornada una de las súplicas que recitamos en la oración dominical: «Perdona nuestras ofensas» (Mt 6,12), sugiriendo que, si queremos vivir en paz, es necesario hacer de la misericordia una experiencia cotidiana. No debemos olvidar que, en la oración dominical, esta súplica viene acompañada con una condicionante: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12). Si queremos obtener la misericordia de Dios, es necesario superar el resentimiento y la pretensión de dominio sobre los demás, perdonando a quienes nos han herido o lastimado y reconociendo la dignidad de toda persona; lo cual, nos llevará a reconstruir cuanto se ha derrumbado. En otras palabras, si aprendemos a vivir reconciliados, entonces estaremos en condiciones para construir la paz.
Por eso, al pedir por la paz en la tierra, tendríamos que pedir al Señor que nos ayude a recordar que este don requiere de nuestra colaboración. En este sentido, tendríamos que decir: «Señor, perdona nuestras ofensas y concédenos la paz» (lema de la Jornada de oración por la paz, 2005). ¡Danos la paz y la capacidad de perdonar a quienes nos han ofendido! ¡Danos la paz y abre nuestros ojos para que podamos mirar el dolor de nuestros hermanos! ¡Danos la paz y afina nuestros oídos para que sepamos escuchar los clamores y lamentos de tantos hombres y mujeres que lloran por las adversidades de la vida! ¡Danos la paz y mueve nuestras manos para que aprendamos a levantar al que está caído! ¡Danos la paz y conduce nuestros pies para que lleguemos a aquellos espacios donde es constante el sufrimiento! ¡Danos la paz y haz que nuestras palabras sean capaces de brindar consuelo! ¡Danos la paz y la capacidad de dar una caricia al que se siente solo y derrotado! ¡Danos la paz y enciende nuestros corazones para ser comprensivos, solidarios y auténticos hermanos! ¡Danos la paz para que seamos capaces de construir la fraternidad!
Mientras presentamos al Señor las primicias de este año que su infinita Providencia nos concede, sintamos la cercanía de María Santísima, nuestra Madre, que nos acompaña en cada momento de nuestra historia. Y con insistencia pidamos a Dios que conceda a nuestras familias y sociedades el don preciado de la paz. Para que de esta forma, podamos vivir en armonía, reconociéndonos mutuamente como hermanos y amándonos como nos enseñó el Señor que, encarnado en el seno purísimo de María, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
P. Eloy de San José, C.P.