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DOMINGO DE PENTECOSTÉS

19 de mayo de 2024

Con la fiesta de Pentecostés concluimos el ciclo de Pascua. Hace cincuenta días cantábamos llenos de dicha la Resurrección de Cristo; cantábamos porque en Jesús podemos constatar que la muerte, el odio y la maldad humana no tienen la última palabra. Cantábamos porque incluso en medio de nuestras crisis tenemos la certeza de que se abre un camino de esperanza que nos conduce a la plena felicidad. 

 

Todos nosotros podemos constatar que no hemos vivido días sencillos; muchas crisis, en diversos ámbitos, se han abatido sobre nosotros. Y muchos, aun con la mirada puesta en el Resucitado, hemos claudicado o nos hemos sentido atribulados; el miedo se ha apoderado de muchos de nosotros a causa de tantos males que nos amenazan y ponen en evidencia nuestra vulnerabilidad. Muchos hemos perdido la ilusión y vemos ensombrecido el horizonte de nuestra vida; muchos vivimos con la mirada clavada en nuestra historia pasada, recordando o añorando los días felices de nuestra vida. Y en el peor de los casos, muchos vamos perdiendo el sentido de nuestra existencia. 

 

Hermanos, hermanas: con todas estas situaciones y nuestras crisis personales y sociales, es la fiesta del Espíritu Santo. Es nuestra fiesta, la fiesta de Pentecostés, la fiesta de la bondad de Dios que se mantiene fiel a su palabra. Jesús, antes de morir por nosotros, prometió que enviaría su Espíritu sobre los discípulos. 

 

Sabemos que los días posteriores a la Pasión de Cristo, no fueron sencillos para los discípulos. Su vida estaba amenazada por el odio hacia la causa de Jesús; su vida corría peligro por las opciones asumidas por el Maestro. Y, aterrados, de acuerdo con el testimonio de las escrituras, lo único que pudieron hacer fue encerrarse para cuidarse de las amenazas que el exterior les representaba. No me cabe la menor duda que en aquel confinamiento también ellos se hacían las mismas preguntas que nosotros nos hacemos en este momento. Pero Jesús, fiel a su palabra, se presenta ante ellos para ponerlos en paz y recordarles que a pesar de las tribulaciones y crisis de la historia, él está en medio de ellos y estará todos los días hasta el fin del mundo. Y soplando sobre ellos, les infundió su Espíritu: el mismo Espíritu que de acuerdo con el testimonio de los Hechos de los Apóstoles los impulsará a abrir las puertas, no sólo de la casa en que se encuentran sino de su corazón; el mismo Espíritu que les dio valor para anunciar el misterio de Cristo muerto y resucitado; el mismo Espíritu que los llevó a asumir la misión de Cristo, solidarizándose con los más vulnerables; el mismo Espíritu que les abrió el horizonte para ver con claridad y descubrir en medio de la tiniebla de la historia la luz que no conoce ocaso; esa luz que es Cristo, Señor.

 

Recordemos que en este día, también el Espíritu Santo desciende sobre nosotros. Jesús cumple su palabra y derrama sobre nosotros su Espíritu para que, como los discípulos de la primitiva comunidad cristiana, abramos las puertas de nuestro corazón, recuperemos la ilusión y caminemos con esperanza hacia el futuro. Pidamos el don del Espíritu Santo para que la ambición no cierre nuestra vista, para que no nos olvidemos de las necesidades de los demás, para que aprendamos a valorar nuestra vida y lo que Dios, en su Providencia nos ha dado. Pidamos el don del Espíritu Santo para que seamos instrumentos de paz, no de división ni conflicto; para que no levantemos muros y cavemos abismos que nos dividen y separan. Pidamos el don del Espíritu para que cuidemos de nuestra casa común, en relaciones armónicas con nuestros hermanos y con toda la creación. 

 

En este día, con insistencia, digamos: Ven, Espíritu Santo. Y dirige nuestros pasos hacia el encuentro con Dios, nuestro Padre, de modo que podamos vivir como Jesús de Nazaret: haciendo el bien a nuestros hermanos y hermanas.

P. Eloy de San José

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