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ORDENACIÓN SACERDOTAL

P. Pedro Méndez Mendoza, C.P.

Parroquia del Espíritu Santo y Señor mueve corazones

7 de septiembre de 2024

El sábado 7 de septiembre, en el marco de las fiestas en honor del Santo Cristo Señor mueve corazones, el Diác. Pedro Méndez Mendoza fue ordenado sacerdote por la imposición de manos de S.E.R. Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal, Obispo auxiliar de la Arquidiócesis de México. La celebración se llevó a cabo en la Parroquia del Espíritu Santo y Señor mueve corazones, en la ciudad de México, en presencia de la comunidad provincial y de un considerable número de fieles.

HOMILÍA

Me llama la atención la primer palabra dirigida por Dios al profeta Jeremías: "Desde antes de formarte en el seno materno te conozco". Pedro, quisiera invitarte a que comprendas que desde antes de que tú te sintieras llamado, Dios te conocía; te conocía muy bien y conocía tu corazón. Y podía ver en ti lo que ni siquiera tú podías ver. Cuando escucho esta afirmación de Dios y al pensar en mi vocación me pregunto: "¿Y a pesar de que me conocías me llamaste?" Porque tú sabes, igual que yo, no fuimos llamados ni porque lo merecíamos ni porque hubiéramos sido más dignos o mejores que otros. Jesús, Dios, conoce nuestro corazón, conoce nuestras debilidades, conoce nuestras limitaciones y aun así nos llama. Te invito a que le digas al Señor: "Si ya me conoces, ¿por qué me llamas?" Y la verdad es que Dios cuando nos llama, no nos está mirando a nosotros, sino que está mirando a su pueblo. Un pueblo que clama para que se testifique, no sólo con las palabras sino con la vida, el amor de Dios. Un pueblo que tiene sed de la Palabra de Dios, que tiene sed del amor de Dios, que tiene sed de testigos que hagan presente el proyecto del Padre que Jesús vino a testificar. Y por eso, como lo ha hecho a lo largo de los siglos, Dios no busca a los perfectos porque no los encontraría, busca a quienes sean capaces de reconocer que, por encima de nuestras limitaciones y miserias, él es capaz de manifestarse. Pero para eso hay que tener fe: fe que nos haga limpios y sinceros para reconocer que las cosas buenas que podamos hacer no son cosa nuestra sino de ese Dios que, conociéndonos, nos ha llamado y nos ha dicho: "Yo te ayudaré". Cuando dice el profeta: "¡Yo no sé expresarme!", me imagino que Dios le contestó: "Ya sé que no sabes expresarte pero yo te ayudaré; yo pondré mis palabras en tu boca para que tú puedas anunciar mi Palabra". Haciendo alusión al Evangelio me llama la atención que cuando Pedro se acerca a Jesús y le dice: "Aléjate de mí, Señor, porque soy pecador", Jesús no lo desmiente; no le dice: "No te preocupes, Pedro, no eres tan pecador". No lo desmiente pues sí es un pecador pero le dice: "No te preocupes, que yo te haré pescador de hombres". Así como al profeta: "Yo pondré mis palabras en tu boca".

 

Entonces, querido Pedro, este momento que estás viviendo en el que la Iglesia te iniciará en esta experiencia de fe, te invito a que nunca olvides por qué estás aquí. Estás aquí porque Dios te llamó. Estás aquí porque Dios está dispuesto a capacitar tu corazón. Estás aquí porque Dios es misericordioso. Y por el inmenso amor hacia su pueblo, ha decidido comprometerse contigo para caminar junto a ti y alimentar con tu palabra y con tu vida a ese pueblo. Por eso, vivir tu sacerdocio alejando tu rostro de Cristo es una locura porque por él comenzaste y confiando en él estás caminando. Camina en esa confianza en Dios; él pondrá las palabras que este pueblo necesita escuchar y será él quien sostendrá tu corazón en fidelidad cuando empiece a temblar. Nunca te alejes de él; no tengas vergüenza de acercarte a él porque ya te lo ha dicho: "¡Yo te conozco. Y así estoy dispuesto a recorrer el camino contigo!" Recuerda que no podrás ser sacerdote sin Cristo porque es él quien ha marcado y enamorado tu corazón. 

Me llama la atención como Dios nos conoce y asume nuestra historia; es decir, a cada uno nos llama de acuerdo con nuestra historia. A Pedro, que era pescador, lo llama en su experiencia de pescador y después le dice: "¡Sígueme y te haré pescador de hombres!", porque esa era la experiencia de Pedro. Y así también Dios te ha llamado en tu propia experiencia. Tu padre ha sido catequista durante muchos años, también tu abuelo lo fue, y a ti te llamaba la atención. Y fue en esa experiencia de querer proclamar y transmitir la vida donde tú has sido llamado por Dios. La Palabra, sin duda, ha sido parte de tu vida, una parte importante porque crees en ella y estás convencido que la Palabra puede transformar la realidad y el corazón de las personas; al menos así me lo has dicho. Y en las tres lecturas de la Misa hemos escuchado la Palabra: la Palabra puesta por Dios en la boca del profeta; la Palabra que anuncia san Pablo a través del ministerio de la predicación y la Palabra que transforma la vida de los discípulos. Te invito a entender que tu llamado es parte de la historia de salvación que tú tendrás que compartir. Cree en la Palabra, en esa Palabra que fue creadora y que ha escrito toda la historia de la salvación; no sólo fuimos creados por la Palabra, también fuimos redimidos por la Palabra y somos sostenidos por la Palabra, porque Dios está convencido que cuando su palabra es escuchada transforma los corazones. Por eso no deja de hablar. Y el primero que habla al pueblo de Dios es Él. Tú serás un siervo de esta Palabra, no el dueño; el dueño es Dios, la fuente es Dios; nosotros sólo estamos a su servicio. Y muchas veces él habla al corazón de su pueblo y nosotros nublamos su palabra con nuestro antitestimonio o la falta de preparación. Por eso te invito a ser fiel a esta Palabra, a escuchar, no sólo lo que dice el texto, sino lo que dice Dios; y esto sólo se realiza en la oración, donde tú escucharás lo que Dios quiere decirte a ti y decirle a su pueblo las palabras que tanto necesita.

Cuando platicábamos me decías que vivimos en una cultura de oscuridad. Y sí, estamos en un tiempo de mucha confusión, donde se ponen en duda los fundamentos de la verdad. pero en medio de todo tiene que brillar la luz de Cristo. Y esa luz es la Palabra de Dios. Por eso te invito a creer en la fuerza de la Palabra; tiene tanta fuerza que tu misma vida puede ser transformada. Nunca dudes de la fuerza de la Palabra de Dios que ha tocado y seguirá tocando nuestras vidas. Sigue adelante, Pedro, siendo siervo de la Palabra de Dios y siguiendo el testimonio de Cristo. Cuando decimos que Cristo nos salvó, no queremos decir que nos salvó por las parábolas o los milagros; nos salvó pro la vida que entregó al Padre por amor a nosotros. Esa es la Palabra que jamás podrá ser rebatida; es el testimonio de Cristo en la Cruz. 

Y hablando de que Dios escribe la historia de nuestra vida a través de la experiencia, un día se aparecieron los Pasionistas de misión en tu tierra. Y tú los escuchaste y sembraron una semilla en tu corazón -aunque ni cuenta se dieron pero así fue. Y así Dios te fue llevando para que esa Palabra que tanto llenaba tu corazón se realizara a través de la espiritualidad Pasionista. Parece que Dios te estaba diciendo: "Si vas a sembrar mi Palabra será con tu testimonio de vida". Porque no bastan las palabras, se necesita la vida, tal como Cristo nos lo enseñó. Imagina, si Él hubiera continuado predicando toda su vida y hubiera continuado haciendo milagros pero en la hora de la prueba hubiera salido huyendo, hoy no tendríamos cristianismo. No es nada más la predicación, ni tampoco sólo el servicio sino el testimonio, la entrega total de tu vida. Por eso, el sacerdocio que llevas no es una dignidad, es un recuerdo del servicio que Dios quiere que des a su pueblo; no es para servirte de él sino para ser siervo de esa Palabra y amar a su pueblo como hiciera el mismo Jesús. Toda tu vida sacerdotal debe ser una ofrenda para que ese mensaje De Dios, de amor incondicional a su pueblo, sea experimentado. 

Pedro, entregar nuestras vidas, todos los días, no es posible por la fuerza humana, sólo con Dios se puede salir adelante. Él es quien te sostendrá para alimentar al pueblo con la Palabra y el testimonio de tu vida. Por eso cuando atiendas a las personas que se acercarán a horas y a deshoras pregúntate si tu encuentro con ellos ha sido bueno para ellos o ha sido un antitestimonio. Porque el sacerdocio no es sólo celebrar la Eucaristía que nos hace hacer presente al mismo Cristo en el pan y en el vino consagrado; esto, aunque bellísimo, debe hacer que la vida del sacerdote se transforme en Eucaristía; sólo así el pan del altar se convertirá en testimonio de vida. Con tu sacerdocio deberás hacer presente a Cristo en las especies eucarísticas pero también sirviendo a su pueblo como Cristo lo hace: con un corazón confiado en el Padre y un corazón generoso para darse a su pueblo.

 

Dios ha comenzado en ti esta obra; Él, conociéndote, te ha llamado para ser un maestro de su pueblo, pero no un maestro de palabras sino de vida. Y para eso necesitas de su corazón. Te invito a que nunca dejes de mirar a Jesús, nunca lo dejes de mirar. Él te dirá continuamente: "Mírame". Míralo en la Cruz pues ahí encontrarás ejemplos y respuestas. A veces será cansado y difícil el ministerio, y a veces será imposible, pero recuerda las palabras de San Pedro: "Señor, confiando en tu Palabra, echaré las redes". Cuando lleguen los momentos en que no entiendas como debes responder, o no comprendas lo que te están pidiendo tus superiores, o no sepas como comunicarte con el pueblo, o estés en la lucha personal, te invito a que recuerdes estas palabras: "Confiando en tu palabra echaré las redes". Es Dios quien inició tu sacerdocio y es Él quien, con fidelidad, lo sostendrá. 

 

Que nuestro Señor siga moldeando tu corazón para que la luz de Cristo siga brillando en medio de nosotros.

 

+ Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal

Obispo auxiliar de México 

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