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LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

2 de febrero de 2025

La fiesta de la Presentación del Señor es una celebración sumamente querida por nuestro pueblo. Para recordar este acontecimiento, muchas personas costumbran ataviar con elegantes vestimentas las imágenes del niño Jesús para llevarlas después a la Iglesia. Así mismo, muchas familias acostumbran reunirse con sus seres queridos para compartir la cena que suele ser ofrecida por los que tuvieron la dicha de encontrar el niño el día de Reyes. 

 

Sea como sea, más allá de las imágenes del niño Jesús o la cena que esta noche podamos compartir con nuestros seres queridos, la fiesta que celebramos nos debe remitir a lo que sucedió hace cuarenta días, cuando llenos de felicidad, celebrábamos la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros. Al recordar este acontecimiento, en este día de fiesta, sería conveniente que pensáramos: cuál fue la causa por la que Dios quiso poner su morada entre nosotros. Tomando como referencia los textos de la Sagrada Escritura que hemos escuchado en esta celebración, me parece que Jesús se encarnó y nació entre nosotros por tres razones fundamentales: para iluminar, para descubrir, para hermanar.

 

Desde que nos disponíamos a celebrar el nacimiento del Señor, escuchábamos en repetidas ocasiones que Cristo es la luz que ilumina al ser humano que vive en las tinieblas. Esta convicción es repetida por Simeón, de acuerdo con lo que escuchamos en la narración del Evangelio pues, cuando éste se encuentra con la Sagrada Familia en el Templo de Jerusalén, al tomar al niño entre sus brazos, exclamó: “Mis ojos han visto al Salvador, luz para alumbrar a todas las naciones”. Jesús es la luz, es el que ha venido para disipar las tinieblas de nuestra vida. Y cuanta necesidad tenemos de ser iluminados por el que es la fuente de toda claridad. Muchas personas viven en situaciones de dolor que les hace experimentar la más completa oscuridad; cuántos, en medio de sus problemas, han señalado que sienten como si caminaran en un túnel en el que no se puede ver la luz. Y es que nuestros problemas y tribulaciones muchas veces se convierten en una densa tiniebla que nos impide caminar y tomar las decisiones más acertadas para nuestra vida. En medio de esa experiencia, debemos recordar que Jesús ha nacido entre nosotros para iluminar nuestra vida y disipar las sobras que oscurecen nuestro camino.

 

Decimos también que Jesús nació para descubrir. Si es la luz que ilumina nuestra vida y nuestro sendero, su claridad dejará en evidencia aquellas situaciones sombrías que nos dañan y dañan a quienes están a nuestro alrededor. En este sentido, hemos de señalar que Jesús viene a poner en evidencia las conductas y actitudes que hemos desarrollo y se oponen al plan de Dios que debería conducirnos a trabajar por nuestro bien y el bien de nuestros hermanos. Por eso Simeón, en el mencionado encuentro con la Sagrada Familia, advierte a la Madre del Señor: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel como signo que causará contradicción pues pondrá al descubierto los pensamientos de todos los corazones”. Jesús, al nacer en medio de nosotros, ha venido a descubrir la maldad y la perversión del corazón humano que, llamado a hacer el bien, tantas veces se inclina hacia situaciones que causan dolor y sufrimiento. Si Jesús nos ilumina, nos irá descubriendo los errores de nuestra vida, invitándonos a superarlos para vivir como él, haciendo el bien a quienes están a nuestro alrededor.

 

Decimos también que Jesús se ha encarnado y ha nacido para hermanar. En este sentido, recordemos las palabras del autor de la carta a los hebreos, quien señala que todos somos miembros de una sola familia. Las primeras comunidades cristianas entendieron que Jesús, con su nacimiento, vida, pasión y resurrección, buscó recordar que todos somos hermanos, hijos e hijas del Padre celestial. Por eso, durante su vida se acercó a todos, independientemente de su condición o manera de pensar, pues los destinatarios de su misión eran todos sus hermanos. Y con su resurrección, derrumbó las barreras que separaban a los seres humanos, haciendo de todos una sola familia en el amor. Esta realidad tendría que ser recordada continuamente por todos los seres humanos; especialmente, en esta época en la que la creciente violencia que amenaza nuestras sociedades nos impiden reconocernos como hermanos pues hay hombres y mujeres que sin tocarse el corazón se atreven a levantar la mano para atentar contra la vida y la dignidad de su hermano; sin olvidar a quienes, seducidos por la avaricia, atentan contra el patrimonio de tantos, construido con años de trabajo. Muchos parecen olvidar que somos hermanos... Miremos lo que sucede en estos momentos en las fronteras de nuestro país, donde parece que las personas llamadas migrantes, adquieren valor por su procedencia, su condición social, el color de su piel o su cultura. ¡Somos hermanos! Y Jesús ha nacido para recordarnos que, a pesar de nuestras diferencias sociales, culturales, raciales, económicas, religiosas o políticas, todos somos hermanos y cada uno debe construir la fraternidad desde el ámbito donde cotidianamente se desenvuelve.

 

Que esta fiesta de la Presentación del Señor nos recuerde que Jesús ha nacido entre nosotros para iluminar nuestra vida, para descubrir nuestros errores y para hacernos hermanos. Que su claridad disipe nuestras tinieblas y nos permita trabajar por un mundo más fraterno, en el que sea patente el amor del Señor que vive y reina por los siglos de los siglos. 

 

P. Eloy de San José, C.P.

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