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Instituto Francisco Possenti
Ciudad de México
28 de agosto de 2023
El lunes 28 de agosto, se llevó a cabo la Eucaristía de apertura del ciclo escolar 2023 - 2024, en las instalaciones del Instituto Francisco Possenti, en la Ciudad de México. La celebración fue presidida por el P. Víctor Hugo Álvarez Hernández, Superior Provincial, y concelebrada por los padres Eloy Medina Torres, Consultor Provincial, Octavio Mondragón Alanís, Superior de la Comunidad de la Inmaculada Concepción, Miguel Ángel Villanueva Pérez, Director del Instituto y Javier Trejo Montoya. Estuvieron presentes los alumnos de las distintas secciones, padres de familia, profesores, administrativos y personal de intendencia.
Compartimos a continuación la homilía pronunciada por el P. Eloy Medina, en la que invitó a los presentes a recordar que la misión educativa debe estar orientada a buscar que los alumnos sean personas capaces de amar al estilo de Jesús de Nazaret para transformar la sociedad.
HOMILÍA
Saludo cordialmente al P. Víctor Hugo Álvarez Hernández, Superior Provincial de los Misioneros Pasionistas de México y República Dominicana, al P. Miguel Ángel Villanueva Pérez, Director General del Instituto Francisco Possenti. Saludo también a los maestros y directores de los diferentes niveles académicos, a los padres de familia y a todos los alumnos de esta institución. Me siento dichoso por la oportunidad de estar aquí, entre ustedes, alumnos de las distintas secciones, pues se me brinda la oportunidad de desearles abundantes frutos en este nuevo ciclo escolar.
Quisiera mencionar algunos puntos que nos ayudarán para aprovechar el año académico que estamos comenzando.
El primero de ellos, brota de la Palabra de Dios que hemos escuchado en la lectura del santo Evangelio. El niño Jesús se encuentra en Jerusalén, concretamente en el templo, ocupándose de las cosas de su Padre; está entre los maestros; es decir, entre los sabios de su tiempo, hablando sobre las cosas de Dios. ¿Cuál sería el tema desarrollado? Sin duda, Jesús estaría hablando sobre el amor de Dios. Y no podría ser de otra manera pues Dios es amor. Un amor que no se reduce a una idea sino que se vive en lo concreto de la vida.
Nosotros, contemplando el testimonio de Jesús, debemos aprender a vivir desde el amor. Un amor que se expresa en tres dimensiones: amor a Dios, amor al prójimo y amor a nosotros mismos. El amor a Dios nos invita a reconocerlo como el centro y motor de nuestra vida; el amor al prójimo nos lleva a cuidar, respetar y dar un buen trato a quienes están a nuestro alrededor; el amor a uno mismo, lejos de ser entendido en una dimensión egoísta, debe llevarnos a reconocernos como obra de Dios, imagen suya y, en consecuencia, poseedores de su misma dignidad. Viviendo las tres dimensiones del amor, podremos ser hombres y mujeres verdaderamente libres pues, como diría san Agustín, a quien hoy celebramos “ama y haz lo que quieras”. Sólo el que se deja mover por el amor, desarrollará la capacidad de buscar su felicidad y la felicidad de quienes están a su alrededor.
Considero que todo proceso educativo tiene que llevarnos a desarrollar la capacidad de amar. De este modo, aunque la educación sea laica, tiene que llevar a los alumnos a que, por medio de la ciencia y el conocimiento, se encuentren con Dios, a quien profesamos como el origen de todo lo creado, y con Jesús de Nazaret, la imagen visible del mismo Dios y modelo de humanidad. Sin temor a equivocarme, considero que todo proceso educativo, con la adquisición de conocimientos, el desarrollo de habilidades y la práctica de valores humanos, debe conducirnos hacia el encuentro personal con Jesús. Quizá no hablaremos explícitamente de religión pero estamos convencidos de la necesidad de orientar la vida hacia el encuentro con Jesús, el único que da sentido a la existencia. Por medio de la educación, cada alumno estará llamado a perfeccionar sus cualidades humanas y, de esta manera, se irá asemejando cada día a Jesús, el ser humano por excelencia.
Ustedes, estimados profesores, deberán acompañar a los alumnos en su proceso de perfeccionamiento. Sé que lo harán, como me consta que lo han hecho desde hace muchos años por medio de su labor docente. Ayudando a que los alumnos que les han sido confiados den lo mejor de sí, estarán acompañándolos en su proceso de humanización y, en consecuencia, los estarán impulsando para que desarrollen los mismos sentimientos de Cristo. Por ello, les invito a ejercer su misión docente, no sólo con el cumplimiento de su contrato laboral sino con la convicción de que están haciendo que estos niños y jóvenes descubran al que es la Verdad, cuyo esplendor es capaz de disipar las tinieblas que frustran la existencia humana.
Es necesario que la educación brindada en las aulas sea reforzada por los valores que se inculcan en la vida familiar. En este sentido, queridos padres de familia, les pido que acompañen el proceso educativo, no sólo velando por el cumplimiento de las tareas ni sólo observando los lineamientos del Instituto, sino enseñando a sus hijos a vivir desde el amor. La sociedad en que vivimos está sumamente necesitada del amor; está necesitada de Dios, de ese Dios que es amor y nos impulsa a amar a los hermanos como a nosotros mismos. Y es que sólo desde la vivencia del amor que se manifiesta en la solidaridad, la empatía y una sana autoestima, podremos enfrentar y superar las crisis de la historia. Sólo desde el amor estaremos en condiciones de tomar una postura ante la marginación, la desigualdad, la violencia, la injusticia, la corrupción y tantas situaciones que frustran y deshumanizan la existencia.
Por eso, debo insistir, es necesario ser educados en el amor; esa es la sabiduría que debemos aprender, la sabiduría de la cruz, como escuchamos en la primera lectura; aquella sabiduría que busca el bienestar de las personas que se ama. Debemos educar en el amor; no en la competencia egoísta que busca sobresalir para ser reconocido a costa de los demás, sino en la capacidad de adquirir nuevos conocimientos para ponerlos al servicio de los demás. Ser educados en el amor, romperá los esquemas egoístas que tanto daño hacen a nuestra sociedad.
Antes de concluir, quisiera recordar que nuestro Instituto no ha nacido por casualidad ni por el deseo de lucrar con la educación. Es el fruto de la intuición de varios Pasionistas que, convencidos de la necesidad de educar en el amor, se atrevieron a impulsar esta obra. Concretamente, quisiera hacer referencia al P. Ildefonso Noris, que hace casi sesenta años, buscó que las autoridades educativas de nuestro país reconocieran los estudios de humanidades que se impartían en el Seminario que anteriormente ocupaba estas instalaciones. Y menciono a este hermano nuestro, no sólo para honrar su memoria sino para recordar el motivo de su obra. Él era Pasionista. Y los Pasionistas, llamados a contemplar el misterio de Jesús crucificado, tenemos como norma la dimensión comunitaria de nuestra vida.
De este modo, siendo este Instituto una obra de los Misioneros Pasionistas, debemos tener en cuenta la importancia de la comunidad en el proceso educativo. Por ello, invito a todos -alumnos, padres de familia, profesores, directivos y personal de mantenimiento y servicios, a crear una auténtica comunidad educativa. Que todos los que formamos parte de la institución, podamos reconocernos como miembros de una comunidad convocada para acompañar a quienes se forman en nuestras aulas. Esto implica tener la capacidad de entablar relaciones basadas en el respeto y la cordialidad. Si todos nos esmeramos en crear una comunidad, estoy seguro que, con el paso del tiempo, nuestra comunidad trascenderá más allá de las instalaciones del Instituto y así, iremos transformando esta sociedad que, lamentablemente, cada día está más dañada por la desconfianza, el egoísmo y la división.
Finalmente, una palabra para los alumnos. Deben sentirse afortunados por tener la posibilidad de acceder a la educación pues, a través del conocimiento y el desarrollo de habilidades, no sólo se abrirán paso para el futuro, sino que serán más humanos y mejores ciudadanos. Aprovechen la oportunidad que, con tanto sacrificio, les ofrecen sus padres; valoren el empeño de sus maestros y sean dóciles a sus enseñanzas; para que así, cuando terminen su formación en este Instituto puedan sentir la satisfacción de haber sido formados para construir una sociedad más fraterna.
Les deseo abundantes frutos en este curso escolar. Que nuestra Madre Santísima, a quien la tradición de la Iglesia reconoce como el trono de la Sabiduría, nos alcance de Dios los dones necesarios para amarlo cada día más y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
P. Eloy Medina Torres, C.P.