top of page
CV_PSoyW4AA5bAA.jpeg

Celebración Eucarística 

por la Familia Pasionista de México

en la Basílica de Guadalupe

Como es tradición, el miércoles 22 de diciembre, se llevó a cabo la celebración eucarística en el altar mayor de la Basílica de Guadalupe. La celebración fue presidida por el P. Eloy Medina Torres, Consultor Provincial, y concelebrada por una decena de sacerdotes. Debido a la situación sanitaria que aún afecta a nuestro país, los demás miembros de la Familia Pasionista se unieron, tanto al rezo del Rosario como a la Eucarística, a través de las redes sociales. 

HOMILÍA

«Junto a Santa María de Guadalupe vivimos nuestro ser Pasionista en Gratitud, Profecía y Esperanza». Como cada año, ahora inspirados con este lema, los Pasionistas de México volvemos la mirada hacia este recinto santo, para encontrarnos con María Santísima, en su dulce advocación de nuestra Señora de Guadalupe. Venimos a este sitio después de un año de ausencia debido a las restricciones que vivimos durante el año anterior a causa de la pandemia que aún continúa afectando nuestra vida. Venimos para descansar en la mirada maternal de María, sabiendo que Ella, la Madre del verdadero Dios por quien se vive, nos da su auxilio y defensa en nuestras luchas cotidianas. Hemos venido porque necesitamos estar aquí, ante la tierna mirada de nuestra Madre, para sentir su consuelo, experimentar su amor y obtener el alivio de nuestras aflicciones. Como familia Pasionista, nos acercamos a la casa de nuestra Madre cuando aún nos encontramos en el Año Jubilar que la Iglesia nos ha concedido para conmemorar que hace trescientos años el Espíritu de Dios impulsó a San Pablo de la Cruz, nuestro Padre, a hacer memoria de la Pasión de Jesucristo. Tenemos la firme convicción de que María Santísima, nuestra Señora de Guadalupe nos impulsará a Renovar nuestra misión, desarrollando en nuestra vida tres actitudes fundamentales: Gratitud, Profecía y Esperanza.

 

Estamos llamados a vivir con Gratitud cada momento de nuestra vida. Para ello, es necesario detenernos, hacer un alto en el camino, entrar en nosotros mismos para descubrir las bondades que Dios nos ha concedido a través de nuestra historia. Es verdad que todos hemos enfrentado numerosas tribulaciones; nos hemos sentido aturdidos a causa de las contradicciones de la historia o cansados por los planes y sueños no alcanzados. Nos duele la enfermedad, el desempleo, la crisis, la violencia y tantas situaciones que amenazan nuestra estabilidad, las cuales, con frecuencia nublan nuestro entendimiento y oscurecen el corazón impidiendo reconocer la presencia de Dios que cotidianamente se manifiesta. Si bien, son numerosas las crisis que hemos atravesado, son más las bendiciones que Dios nos concede. La Gratitud nos permitirá reconocer como Dios se ha manifestado en cada momento de nuestra vida, incluso en aquellos más dolorosos, dándonos su consuelo, tomándonos de la mano e impulsándonos a mirar hacia adelante.

María Santísima nos enseña a vivir desde la Gratitud. Ella misma, inundada de júbilo, eleva su canto: «Porque Dios puso sus ojos en la humildad de su sierva». Y así, «el que todo lo puede ha hecho ella grande maravillas». Si nosotros, como María, hiciéramos de la Gratuidad una de las características de nuestra vida, tendríamos la capacidad de cantar continuamente la bondad que Dios tiene para cada uno de nosotros. No nos detendríamos a mirar una y otra vez nuestros dolores, sino que, aun con ellos, seríamos capaces de mirar todo lo bueno que Dios realiza para nuestro bien. Y estaríamos alegres, haciendo realidad las palabras del salmista: «Mi corazón se alegra en Dios, mi salvador».

 

La segunda actitud que estamos llamados a desarrollar como fruto de este Año santo es la Profecía. Necesitamos ser profetas al estilo de Jesús de Nazaret, que anuncien la bondad de Dios a sus hermanos y señalen aquello que obstaculiza el cumplimiento de su plan de salvación; es decir, todo aquello que impide que el ser humano se desarrolle y alcance su plenitud. Con su palabra, pero sobretodo con su testimonio, Jesús se dedicó a proclamar el Reino de Dios, señalando la necesidad de involucrarse en su dinamismo para hacer de la sociedad un auténtico espacio de fraternidad, donde todos podamos reconocernos y amarnos como hijos de un mismo Padre. Vivir la Profecía, al estilo de Jesús, implica, primeramente, estar disponibles para dejarnos transformar y así, construir la vida conforme al plan de Dios.

En este sentido, María Santísima nos enseña que es posible asumir la identidad de profetas. Ella se mostró disponible para asumir en su vida la voluntad de Dios cuando decidió mostrarse como la esclava del Señor, la que está atenta al cumplimiento de su Palabra. Y en su canto, como escuchamos en la narración del Evangelio, eleva su voz, en actitud de denuncia, para recordar que Dios no quiere que las relaciones entre sus hijos estén mediadas por la injusticia o la desigualdad. Por eso «hace sentir el poder de su brazo: dispersa a los de corazón altanero, destrona a los potentados y a los ricos los despide sin nada» pues se han olvidado que, al ser hijos de un mismo padre, están llamados a compartir sus bienes, su tiempo y sus cualidades, para atender al más necesitado. Y en cambio «exalta a los humildes y a los hambrientos los colma de bienes»; es decir, Dios busca una vida digna para el que la ha perdido.

Como profetas, al estilo de Jesús, estamos llamados a construir una sociedad donde todos podamos vivir con dignidad pues somos hijos de un mismo Padre.

 

La tercera actitud que, como Pasionistas estamos llamados a desarrollar es la Esperanza. ¡Cuán necesaria es la esperanza en nuestros días! Vivimos en una sociedad marcada por el desánimo, la desilusión y el desencanto. Tanto los acontecimientos catastróficos de nuestra historia como las crisis personales con facilidad nos hacen caer en el sinsentido. Es doloroso constatar que muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo, posiblemente muchos de nosotros, hemos hecho del sinsentido la característica de nuestra vida. Se nota en nuestros rostros endurecidos; en nuestras miradas oscuras y sin brillo; en nuestras palabras carentes de cordialidad; en nuestros afectos incapaces de tocar el corazón del otro; en nuestras relaciones, tan llenas de diplomacia pero vacías de empatía. Necesitamos recuperar la esperanza para vivir auténticamente nuestra humanidad, para disfrutar de la vida a pesar de las dificultades, para luchar por nuestros sueños incluso cuando todo parece perdido.

En su cántico, María nos da una pista para renovar nuestra esperanza: «Acordándose de su misericordia, viene en ayuda de Israel, su siervo». Y viene también a cada uno de nosotros, cotidianamente se acerca para transformar nuestra vida. Si Dios está con nosotros tenemos un motivo suficiente para vivir con esperanza.

 

Hermanos, nos hemos acercado a la Casa de nuestra Madre en el marco de los trescientos años de fundación de nuestra familia religiosa. A ella, encomendemos nuestras necesidades y todo aquello que nos inquieta; y pidamos su intercesión para que, fieles al carisma Pasionista, seamos capaces de renovar nuestra misión, viviendo en Gratitud, Profecía y Esperanza.

 

P. Eloy Medina Torres, C.P.

bottom of page