top of page
nacimiento.jpg

EL NACIMIENTO DEL SEÑOR

25 de diciembre de 2024

«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,6), son las palabras con las que el profeta Isaías anuncia la Buena Noticia de esta noche santísima que a todos nos llena de felicidad. Sabiendo que se trata de un acontecimiento importante, desde hace unas semanas, ayudados por la Palabra de Dios, emprendimos el camino del adviento; al mismo tiempo, fuimos colocando luces y adornos en los sitios donde ordinariamente nos desarrollamos, con la finalidad de vivir intensamente el nacimiento del Mesías que nos trae la salvación. 

En esta noche santísima, sería conveniente que cada uno revisara cómo se ha acercado para contemplar al niño que ha nacido pues, aun cuando se trata de un acontecimiento que enciende de dicha nuestros corazones, las preocupaciones de cada día pueden oscurecer el sentido de esta fiesta. Nos sentimos dichosos por el misterio de Dios hecho hombre pero nuestra felicidad se ve opacada por las enfermedades que amenazan nuestra vida, la incertidumbre del futuro que nos deja mirar hacia adelante, la pobreza que nos impide tener lo necesario para vivir, la falta de oportunidades que nos mantiene estancados, la creciente violencia que impide nuestra desarrollo armónico... Estas y tantas inquietudes que llevamos en el corazón pueden frustrar la dicha de esta noche santísima. Con todo lo que nos atormenta, sería conveniente que recordáramos las palabras del profeta Isaías que escuchamos en la primera lectura: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz resplandeciente» (Is 9,2). En esta noche santa, nosotros podríamos ser ese pueblo que vive en la oscuridad a causa de tantas tribulaciones. Ese pueblo que, a pesar de sus numerosas dificultades, no está condenado a una vida sin sentido pues sobre él ha brillado el esplendor del Mesías que nace en la oscuridad de la noche para disipar las penumbras que le atormentan. En este sentido, permitamos que el nacimiento de este niño ilumine la tinieblas de nuestro corazón y nos aliente para continuar el camino de la vida. En esta noche, al contemplar al niño Jesús recostado en el pesebre o tomándolo en nuestras manos, presentémosle todo aquello que nos inquieta y nos ha quitado la tranquilidad; dejemos que su claridad disipe las tinieblas de nuestra vida. 

Y después de contemplarlo, pensemos cómo viviremos en adelante, sabiendo que ante el nacimiento de nuestro Salvador no podemos quedar indiferentes. San Lucas nos presenta dos actitudes que podríamos asumir en nuestra vida: la de los dueños de las posadas que cerraron sus puertas ante la necesidad de María y José que buscaban alojamiento (cfr. Lc 2,7) y la de los pastores que, después de escuchar la Buena Noticia del nacimiento, corrieron a toda prisa para contemplar lo que se les había anunciado (cfr. Lc 2,16). ¿Cómo reaccionaremos nosotros ante el nacimiento del Mesías? ¿Seremos capaces de cerrar nuestra vida al Mesías que desea habitar nuestro corazón y transformarlo? ¿Tendremos la valentía de los pastores que dejando sus rebaños corrieron a toda prisa para contemplar el misterio de un Dios hecho hombre? 

Cabe mencionar que, si asumimos la actitud de los pastores, no bastará sólo contemplar al niño que ha nacido, será necesario salir a toda prisa para anunciar a nuestros interlocutores lo que hemos contemplado (cfr. Lc 2,17). En este sentido, nos estaremos volviendo heraldos del Señor, testimonios vivientes de su presencia en la historia y portadores de esperanza para quienes viven cansados por las contradicciones de la vida. Este será el desafío de esta noche santa y con ello, la misión que estaremos asumiendo como «Peregrinos de esperanza»; es decir, como hombres y mujeres que, habiendo contemplado el misterio de la redención, están dispuestos a proclamar la Buena Noticia que disipa las tinieblas del corazón y mantiene encendida la llama de la esperanza.

 

Que la contemplación del nacimiento del Hijo de Dios, en medio de la oscuridad de la noche, ilumine las tinieblas de nuestra vida y nos impulse a proclamar que ha puesto su morada entre nosotros el Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. 

P. Eloy de San José, C.P.

bottom of page