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EL BAUTISMO DEL SEÑOR

12 de enero de 2025

La fiesta del Bautismo del Señor representa la conclusión del tiempo de Navidad y el inicio del tiempo ordinario. Es también una buena oportunidad para que cada uno de nosotros pueda meditar sobre la vivencia de su Bautismo. Es importante señalar que el Bautismo provoca la revelación de la identidad personal y da el impulso para la misión.

 

De acuerdo con la narración de San Lucas, Jesús vivió en Nazaret sujeto a la autoridad de sus padres (cfr. Lc 2,51). Y en el momento oportuno salió de su tierra para llevar adelante la misión que se le había encomendado. Fue así que se acercó al desierto, en torno a la ribera del Jordán, donde Juan el Bautista había fundado un movimiento profético que invitaba a la conversión. Señalaba que, ante la inminencia del Reino, era necesario un cambio de vida (cfr. Mt 3,2). Aquellos que lo escuchaban y aceptaban sus palabras se sumergían en las aguas del Jordán indicando que estaban dispuestos a tomar una nueva dirección, teniendo a Dios como el centro de la vida. Jesus escuchó la predicación del Bautista y, como muchos otros, decidió hacerse bautizar (cfr. Mt 3,13; Mc 1,9; Lc 3,21). Pero a diferencia de los demás, cuando Jesús era bautizado, ocurrió un hecho extraordinario: se abrieron los cielos, descendió el Espíritu Santo en forma de paloma, y se escuchó la voz del Padre que decía: «Tú eres mi hijo predilecto, en quien tengo mis complacencias» (cfr. Mt 3, 16-17; Mc 1, 10-11; Lc 3, 21-22; Jn 1,32). A partir de este momento Jesús tuvo clara su identidad: no era un hombre cualquiera, sino el hijo predilecto del Padre. Y habiendo confirmado su identidad, recibió el impulso necesario para llevar adelante su misión. Por eso no volvió a la casa de Nazaret para retomar sus actividades como carpintero, sino que comenzó a recorrer los poblados de Galilea, predicando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y dolencia (cfr. Mt 4,23). Sabiéndose el hijo predilecto del Padre, se dedicó a instaurar su reinado en la historia.

También a nosotros, en el momento de nuestro Bautismo, se nos ha revelado nuestra identidad y hemos recibido el impulso necesario para llevar adelante la misión que se nos ha encomendado. Cuando el sacerdote derramó el agua bautismal sobre nuestra cabeza, Dios nuestro Padre pronunció desde el cielo, las mismas palabras: «tú eres mi hijo predilecto». En el Bautismo se nos ha revelado nuestra identidad: ¡somos los hijos predilectos del Padre celestial! Lamentablemente, muchos de nosotros, no somos conscientes de esta identidad, ni de sus implicaciones pues, a diferencia de Jesús que buscaba estar continuamente en la presencia del Padre, nosotros nos resistimos a buscar a Dios para estar con él; además, hemos dejado que nuestro corazón se llene de maldad y resentimiento, contrario, a los sentimientos que deberían sentir los hijos de Dios. Por eso es necesario que al considerar el Bautismo de Jesús, recordemos y asumamos nuestra identidad como hijos de Dios.

Hemos dicho que en el Bautismo se nos revela nuestra identidad y también se nos da el impulso necesario para llevar adelante nuestra misión. Como bautizados tenemos una misión que cada uno debe llevar adelante desde su peculiar estilo de vida. Y esta misión, tomando como referencia la profecía de Isaías, que escuchamos en la Primera lectura, consiste en consolar a nuestros hermanos. «Consuelen, consuelen a mi pueblo» (Is 40,1). Cada uno de nosotros tiene la misión de consolar a aquellos que se encuentran abatidos y han perdido el sentido de la vida. Debemos llevar consuelo a la manera de Jesús: haciendo el bien, compartiendo palabras de ánimo y esperanza, limpiando las heridas de los que son víctimas de la violencia, devolviendo la dignidad a aquellos que han perdido sus derechos, dedicando tiempo para escuchar a quienes viven en el margen de la sociedad... Lamentablemente, muchos de nosotros, al no ser conscientes de esta misión, hacemos todo lo contrario. Estamos llamados a consolar y parece que muchas veces somos motivo de dolor y sufrimiento. Por eso, es importante que en este día pensemos en nuestro Bautismo y nos hemos cuenta que el Espíritu Santo nos capacita para llevar adelante nuestra misión.

Que al contemplar a Jesús descendiendo a las aguas del Jordán para ser bautizado , recordemos nuestro Bautismo, asumiendo que somos hijos de Dios y estamos fortalecidos con la presencia del Espíritu Santo, para llevar adelante la misión de consolar a aquellos que están a nuestro alrededor. De esta manera, estaremos construyendo el Reino de Dios como hiciera Jesús, el Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

P. Eloy de San José, C.P.

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