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Peregrinación de la Familia Pasionista

a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe

22 de diciembre de 2022

El 22 de diciembre, después de dos años de suspensión a causa de la pandemia, quienes formamos la Familia Pasionista en México: laicos, religiosos y religiosas, se pusieron en camino para visitar a Nuestra Madre Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, en su Basílica del Tepeyac, donde celebramos la Eucaristía para dar gracias a Dios por los beneficios concedidos, especialmente, por el don del carisma Pasionista dado a la Iglesia hace más de trescientos años. Como es costumbre, nos reunimos en Peralvillo, donde iniciamos la caminata hacia la Casa de Nuestra Madre, donde posteriormente, celebramos la Eucaristía que fue presidida por el P. Pedro Lara, C.P., de la Provincia del Sagrado Corazón (SCOR). Terminada la celebración, nos reunimos en el Colegio Juana de Arco para tener un momento de convivencia.

Compartimos a continuación la homilía pronunciada por el celebrante.

HOMILÍA

Acabamos de escuchar el Cántico del Magnificat, que es la segunda parte del relato de la visitación de Nuestra Madre Santísima a Santa Isabel. Y así como nuestra Madre, nosotros también salimos desde nuestros hogares, desde nuestros pueblos y comunidades, y venimos al encuentro de un ser querido; venimos a una casa que es de todos, a esta Basílica, en el cerrito del Tepeyac, donde nuestra madre nos está esperando. ¿Quién de nosotros no se ha sentido conmovido al entrar en este recinto santo? ¿Quién de nosotros no ha derramado una lágrima al ver a nuestra Madre?

Queremos estar agradecidos con Dios porque estos años no han sido fáciles. Nos venimos a presentar como Familia Pasionista acogiéndonos al manto de nuestra Madre, la Virgen María. Como Ella, también nosotros podemos decir que nuestra alma Glorifica al Señor y nuestro espíritu se alegra en Dios, nuestro Salvador. Glorifica al Señor porque, a pesar de los pesares, estamos aquí; a pesar de los pesares, el Señor nos mantiene, nos sigue guiando y nos acompaña. Nos alegramos en Dios, nuestro Salvador, porque volvemos a ver caras conocidas, porque hemos venido en peregrinación como una sola familia; nos alegramos porque sabemos que no vamos solos en este andar y aunque a veces nos sentimos decaídos, hay muchos hermanos nuestros que van junto con nosotros y de manera especial participan en nuestro carisma y misión.

 

También hoy decimos que Dios ha mirado la humildad de sus servidores. Los Pasionistas no somos una Congregación muy reconocida; no somos de las más grandes, no tenemos grandes presencias, no salimos en la televisión ni en los libros de historia, pero el Señor mira nuestra pequeñez; mira nuestra humildad. Y por eso nos sentimos dichosos; nos sentimos llenos de amor; nos sentimos agradecidos porque, como San Juan Diego que se sabía pequeño, el Señor le encomendó la misión de ser portador y testigo de Nuestra Señora de Guadalupe, llevando buenas noticias a todo el pueblo mexicano. Y en nuestro caso, a la Familia Pasionista, el Señor nos invita a llevar buenas noticias a aquellas personas con las cuales nos relacionamos todos los días en la labor que desempeñamos en nuestras comunidades, en nuestras Parroquias, en nuestras presencias. 

Como María, también decimos que el Señor ha hecho obras grandes por medio de nosotros. No fuimos nosotros los que hemos hecho, sino más bien, es Dios el que ha actuado a través de cada hombre y mujer comprometidos, cada religioso, religiosa, sacerdote; con aquellas palabras, aquellos gestos de fraternidad o aquella acogida, el Señor hace maravillas en nuestras vidas, no tan deslumbrantes como a veces desearíamos: cómo quisiéramos cambiar al mundo o cambiar nuestra Iglesia; pero el Señor tiene una manera peculiar y misteriosa de actuar en nuestra vida y en nuestra historia. Quiere que, de manera sencilla y humilde, nosotros colaboremos en este proyecto de salvación. Y es bueno, en este momento, recordar y agradecer al Señor por aquella labor que realizamos cada uno de nosotros; ya sea en las Parroquias, los sacerdotes, con la celebración de los sacramentos, la Eucaristía o las confesiones; los laicos comprometidos en la catequesis con los niños, los adultos o los grupos parroquiales; las cofradías, y tantos ministerios que se llevan a cabo en nuestras comunidades; los colegios, en esta bonita misión de educar, no sólo intelectualmente sino al transmitir humanidad, transmitir la fe, creando hombre y mujeres que sean diferenciadores en nuestra sociedad; en nuestra acción social, en esas obras de caridad y misericordia que hacemos en favor de aquellos que menos tienen y más necesitan de cada uno de nosotros. El Señor hace obras grandes y por eso es bueno agradecerle y recordar esos rostros y esos nombres con los cuales hemos recorrido y participado. A veces no nos damos cuenta pero una palabra, una mirada, un abrazo puede cambiar la vida de una persona. Y nosotros estamos llamados a estar ahí para ser testigos de la Cruz de Jesús que es resurrección; para estar presente, en el Calvario, es decir, en los momentos de dificultad y de dolor para llevar esperanza y sostener, llevando ilusión y alegría. A esos estamos llamados los Pasionistas.

Como María, también decimos y reconocemos que el Señor se ha acordado en su misericordia de todos nosotros y ha venido en nuestro auxilio, como lo había prometido desde el Antiguo Testamento. Decíamos en un principio: a pesar de los pesares, aquí estamos; a pesar de los pesares, nuestras comunidades y trabajos apostólicos continúan. Y el Señor nos pide que reconozcamos su presencia cercana, su Providencia. Ahora que estamos en el tiempo de Adviento, de modo especial, tomamos conciencia que Dios vienen a nuestra vida, que es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Dios no nos olvida. No se olvida de las promesas que hizo a cada uno de nosotros cuando tocó nuestro corazón y nos llamó a formar parte de esta familia, de este carisma, esta espiritualidad y esta misión. No se olvida que nos llamó a ser parte de este proyecto y de esta historia de salvación. Y aunque a veces no lo sintamos, Él ha estado ahí para empujarnos, para llevarnos, para cargarnos y animarnos a segur adelante en este proyecto de ser memoria de la Pasión de Cristo y de anunciarla al mundo. Por eso, que esta Eucaristía sea un momento para renovar nuestra fe, para renovar nuestras fuerzas, para renovar nuestra esperanza y nuestra ilusión; para iniciar este año proyectando nuevas acciones; fortaleciendo lo que ya veníamos haciendo. Que el Espíritu de Dios, el espíritu de San Pablo de la Cruz y de todos nuestros santos, y el espíritu de Nuestra Madre de Guadalupe, habite en nosotros. Y que, sin poner obstáculos dejemos que su gracia y su providencia, ponga palabras en nuestros labios y ese ardior y ese fuego para llevarlo, especialmente, allá donde más se necesita.

¡Qué alegría estar aquí juntos! Que el Señor nos siga manteniendo en esa alegría en la fe; nos siga fortaleciendo y animando juntos pues vamos todos en el mismo barco, vamos todos caminando por el mismo sendero, que es el sendero de Dios. Que san Pablo de la Cruz, nuestro Padre, la Madre Dolores Medina y todos los santos pasionistas intercedan por cada uno de nosotros y nos ayuden en nuestro caminar en este año que vamos a iniciar, dos mil veintirés.

P. Pedro Lara Ceja, C.P.

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