LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
12 de mayo de 2024
«Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20)
Cada año la Iglesia celebra cuarenta días después del gran domingo pascual la solemnidad de la Ascensión del Señor, una fiesta unida íntimamente a la Resurrección, no porque sea un acontecimiento cronológico o histórico, sino porque ambas celebraciones celebran el amor del Padre que glorificó al Hijo no solo al sacarlo del sepulcro con el poder del Espíritu, sino que además lo elevó en el lugar más alto en el universo.
La liturgia de la Palabra nos hace entrar entonces en este misterio del Señor glorificado desde una perspectiva nueva: el Señor asciende al cielo mientras sus discípulos permanecen en la tierra, no es la conclusión de su misión sino el inicio de una nueva etapa en la misma, el Señor continuará estando presente y actuante en la tierra ya no físicamente sino a través de su Espíritu que alienta a los discípulos a realizar las mismas obras que el maestro; la nueva forma de estar del Señor no será así para siempre, algún día el volverá a reunirse con los suyos para hacerlos plenos como Él. Contemplemos pues al Señor glorificado meditando en su Palabra.
1. «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura» (Mc 16, 15-20)
El evangelista Marcos nos describe la escena de la Ascensión en tres momentos distintos. Primeramente, el Señor resucitado se aparece a los once apóstoles y les encomienda una misión: predicar el Evangelio. No es una misión nueva, pues ellos han participado en el ministerio de Jesús desde el principio, simplemente se trata de una nueva perspectiva de la misión, pues está tendrá que ser enriquecida con la experiencia pascual, el anuncio de la salvación traída por la muerte y resurrección del Señor, por ello la necesidad de aceptar el bautismo para la salvación; además, la misión se amplía, pues durante el ministerio de Jesús los primeros destinatarios eran el pueblo de Israel, ahora el mismo Señor los envía a todo el mundo, a toda creatura que esté necesitada del Evangelio. Que Jesús no sea visible en la nueva etapa de la misión no implica que no esté presente, el estará actuante en sus discípulos, de ahí que les indique que podrán realizar las mismas obras que Él ha hecho: curar enfermos, expulsar demonios, etc. Ellos, serán la nueva forma en que Dios y su Reino se harán presentes en el mundo.
El segundo momento nos narra de forma escueta el momento de la Ascensión: después de hablarles subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Marcos no es abundante en detalles como Lucas en el relato que escuchamos en la primera lectura, su narración se asemeja más a una profesión de fe, sus palabras se parecen a la forma litúrgica del credo que recitamos cada domingo. Nuestra fe profesa que Jesús es el Hijo de Dios, que es Dios mismo, y eso es lo que Marcos nos dice con estas palabras: Jesús sube al cielo por propio poder, no es llevado por ángeles o arrebatado en una carroza de fuego como otros personajes bíblicos, asciende por el poder que tiene en cuanto Dios, y por propio derecho entra en la Gloria y se sienta a la derecha del Padre, en condición de igualdad. Si Jesús sube al cielo no es para alejarse de nosotros, sino para tomar el lugar que le corresponde, y para hacer participes de esa Gloria a quienes creemos en Él, así como un día asumió nuestra humanidad en la encarnación, así nos hace participar ahora de su divinidad.
El último momento de la narración nos describe una acción continuada: los discípulos cumplen la misión encomendada por el maestro y este a su vez actúa en ellos con su poder. Aquí es donde entra nuestra participación en el misterio de la Ascensión.
2. «¿Qué hacen parados allí mirando al cielo?» (Hch 1, 1-11)
Cómo hemos dicho, el relato de Lucas es más abundante en datos, pero ahora sólo me gustaría que pusiéramos la mirada en un par de ellos. Primeramente, Jesús también los envía a la misión, pero ellos lejos de preguntar detalles a cerca de la misma se preocupan sólo de la “soberanía de Israel”, pues a pesar de ver al Señor resucitado pareciera que no es suficiente para dejar de pensar en un mesianismo que los libere del poder de los extranjeros; a la par de esta actitud, después de verlo ascender al cielo, ellos se quedan paralizados mirando al cielo, no se ponen en marcha para emprender la misión, de ahí que aquellos hombres misteriosos los apremien a emprender la labor, pues esta debe estar cumplida cuando el maestro regrese.
Para Lucas el motivo de estas actitudes de los discípulos está en que aun no han sido investidos por el poder del Espíritu Santo, por eso antes de emprender la misión deben regresar a Jerusalén para esperar su llegada; cuando esto halla ocurrido, entonces sí podrán realizar la misión de forma progresiva, comenzando en Jerusalén, siguiendo en Judea, después en Samaria y finalmente el resto del mundo.
Ante este panorama nosotros debemos asumir nuestra propia postura. Nosotros, somos discípulos del Señor Jesús, testigos de su Pascua, de su resurrección y glorificación, nosotros estamos llamados a hacerlo presente en el mundo continuando su misión con nuestras palabras y obras, hemos sido investidos con el poder del Espíritu para anunciar la Buena Nueva. Nosotros, como los discípulos de aquel momento somos la nueva manera de hacerse presente del Señor.
¿Qué tanto estamos haciendo realidad el proyecto de Dios? ¿Qué milagros y prodigios hemos realizado? ¿Qué tanto hemos completado la misión para cuando el Señor vuelva a reunirse con nosotros? ¿Hemos salido a realizar los prodigios del Señor o nos hemos quedado preguntándonos por trivialidades o simplemente contemplando el cielo? Cada misa concluye con una invitación: vayamos a hacer vida lo que aquí hemos vivido, nos dice el sacerdote al enviarnos de regreso a casa, desde la cual debiéramos anunciar al mundo que el Señor subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre, así como los discípulos lo hicieron de manera paulatina (Jerusalén, Judea, Samaria, todos los pueblos) así nosotros comenzamos por nuestra vida, familia, amistades, vecinos, la sociedad; así como los discípulos nosotros sanamos enfermedades y expulsamos demonios: la apatía, la tristeza, el egoísmo, la exclusión; anunciamos la palabra de Vida invitando a la solidaridad, a la paz, al amor, a la apertura, a la misericordia; no permitimos que las serpientes y escorpiones de las ideologías, las falsas esperanzas, la calumnias, las insidias, nos hagan daño ni impidan nuestra misión; y así el Señor Jesús confirma su presencia siempre constante entre nosotros.
3. «Para que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo» (Ef 4, 1-13)
Parece una misión bastante difícil, una tarea digna de ser ejecutada por ángeles y seres celestiales, sin embargo, el Señor quiere que la ejecutemos nosotros. ¿Con que razón? San Pablo nos da la respuesta: para estar con Cristo en su Gloria. Es cierto que la salvación es un don gratuito de Dios, regalo de su infinito amor y misericordia, no es algo que se compre o se gane de alguna manera, simplemente se recibe con fe, no necesitamos hacer nada para conquistarla más que abrazarla con fe.
De la misma manera que Cristo, que sin tener necesidad alguna, descendió del cielo, actuó y se entregó para salvarnos por puro amor, así nosotros, sin tener necesidad alguna pues ya estamos salvados, nos ponemos en marcha para anunciar la Buena Nueva esperando que otros abracen la salvación, es un compromiso ético que nace de nuestra fe, un deber de reciprocidad más que una obligación de retribución. De igual forma que Cristo fue glorificado por su entrega generosa en bien de sus hermanos, los creyentes en Él recibirán la gloria como respuesta a su servicio amoroso en favor de los demás miembros de la familia humana.
De esta manera, todo ese esfuerzo cobra un nuevo sentido, tenemos una esperanza, podremos estar un día los miembros del cuerpo unidos a la cabeza que es Cristo en su gloria, se cumplirá la promesa de volver a estar reunidos con Él para la eternidad, gozando de la presencia amorosa del Padre. Pero para que esto sea realidad es momento de ponernos en marcha bajo el impulso del Espíritu Santo.
El resto de la reflexión depende de ti.
Bendecida Semana.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.